LOS PIELES ROJAS

El estudio del hombre en aquella edad en que daba sus primeros pasos por el camino de la civilización, es tan instructivo como interesante. Nos enseña, en primer lugar, el esfuerzo gigantesco que, durante siglos, desde la época en que vemos al hombre guarnecido en caravanas y disputando el terreno a las fieras, hubo de hacer la inteligencia humana en su desarrollo para llegar, no ya al grado de cultura que han alcanzado las naciones modernas más adelantadas, sino al estado de relativa civilización en que vivían las tribus que poblaban América en los días del descubrimiento y de la conquista. Aquellas tribus, de las que aún quedan algunos restos que, como islas solitarias, viven confinados en medio de las selvas, tenían cierto grado de cultura. Vivían en sociedad bajo un régimen patriarcal, se regían por leyes, construían viviendas, practicaban la agricultura, beneficiaban algunos metales, poseían rudimentarias industrias: en una palabra, no eran totalmente salvajes.
Ese estudio nos dice, en segundo lugar, que el hombre, dondequiera que se encuentre, ha seguido siempre el mismo derrotero, ha adquirido idénticos hábitos, se ha creado necesidades semejantes, con la¿ variedades únicas debidas a condiciones meramente de lugar, pero nunca esenciales. Esto en cuanto a lo físico, que en lo moral las coincidencias son aun mucho más sorprendentes. Todos los pueblos primitivos, desde los igorrotes de Filipinas y los cafres de África hasta los negros indígenas de Australia, tenían y tienen creencias análogas: un Espíritu bueno, del que, por lo general, no se cuidan, porque siendo bueno no les ha de hacer daño, y un Espíritu malo, causante de todas sus enfermedades y desdichas, y al que ofrecen sacriíicos para aplacar sus iras. A estos espíritus superiores acompañan otros mil, materializados en fetiches. Todos aquellos pueblos rinden culto a sus antepasados, y con el difunto entierran también los objetos que más apreció en vida, prueba evidente de su creencia en una vida ultraterrenal.
Pues bien, estas creencias, comunes a todos los pueblos primitivos, y aquellas circunstancias de orden material, casi siempre iguales, o parecidas, demuestran la unidad de la especie humana. Según esto, los habitantes del continente americano, o fueron los primeros pobladores del globo, de los que descienden todos los demás, o debieron proceder de otro continente.