LAS COSTUMBRES Y ALIMENTOS DE LOS INDIOS DEL ESTE DE LA AMÉRICA SEPTENTRIONAL

Las tribus que habitaban al este de las montañas Rocosas gozaban de una civilización intermedia entre la de los apaches y la de los pueblos; pero no era igual en todos ellos, pues unas tribus habían aprendido más que otras. Se alimentaban principalmente de la caza y de la pesca, y en menor proporción, de vegetales. Sabían derribar los árboles, arrancando un anillo de corteza al tronco, o bien pegándole fuego. Con una piedra puntiaguda, un hueso plano de ciervo o de búfalo, o bien con una estaca afilada en el fuego, removían la tierra en que sembraban maíz y calabazas, y a veces alubias, girasoles y tabaco. Claro es que, con tan imperfectas herramientas, no podían remover el suelo lo necesario para que las raíces penetrasen suficientemente en él, y, por tanto, sus cosechas eran mezquinas. Es fama que los indios de Massachusetts llegaron a comprobar que, si se enterraban restos de pescados en la tierra donde depositaban los granos de maíz, éste fructificaba con mayor abundancia; pero tal procedimiento de fertilización no se generalizó en el resto de las tribus.
Molían el maíz y los granos del girasol entre dos piedras. Otras veces se servían para este fin de alguna piedra dura medio horadada por las aguas, y en su hueco echaban los granos, que las mujeres machacaban con piedras más pequeñas. Luego mezclaban aquella tosca harina con agua y amasaban panes que cocían entre cenizas. Si, durante sus jornadas, el pan se ponía duro, lo molían, y de este modo tenían siempre algo que comer, sin necesidad de hacer fuego, pues por el humo hubiesen podido saber sus enemigos dónde se hallaban y poner en grave peligro sus vidas.
Hacían cacharros de arcilla, pero como no sabían fabricarlos de modo que resistiesen el fuego, preparaban sus comidas calentando al rojo piedras que después sumergían en el agua en que habían de hervir los alimentos. Otras veces abrían un hoyo en la tierra y lo revestían de piedras lisas. Hecho esto, encendían fuego en él; y cuando las piedras estaban bien calientes, después de limpiarlo de carbones y cenizas, metían dentro mariscos, carnes o granos, y cubrían la boca de aquel horno primitivo con hierbas o algas. También asaban la carne colgándola delante del fuego, y dándole vueltas sobre las brasas hasta que estuviese en su punto.
Estos indios de la parte oriental de Norteamérica no conocían el uso de los metales; eran raras las tribus que llevaban adornos de cobre. Usaban armas y herramientas de piedra, como las que se ven en los museos norteamericanos, que conservan hermosos ejemplares de puntas de flecha y hachas de piedra, perfectamente pulimentadas, y los cuales han sido hallados por los labradores o en las excavaciones hechas para echar los cimientos de algún edificio. Al hacer una flecha sujetaban la punta con duros y flexibles nervios de ciervo o de otros animales.
Sus vestidos, que eran sencillísimos, estaban hechos, por lo general, de pieles de venado. Todos ellos usaban zapatos, llamados mocasines, fabricados con cueros muy flexibles y que no producían ruido al andar. En lugar de agujas, empleaban huesecitos agudos; y en vez de hilo, nervios y tendones de animales. Cuando iban a la guerra, se pintaban el cuerpo y la cara, con el propósito de espantar a sus enemigos.