MARCO POLO


En el año 1295, tres viajeros pobremente vestidos con groseras telas, según la moda de los tártaros, llamaban a la puerta de*, palacio de los Polo, en la ciudad italiana de Venecia. Fueron recibidos por parientes de aquellos célebres comerciantes que hacía veinticinco años abandonaran el país para dirigirse a la corte del gran kan Kublai, y de quienes nada se sabía. Los desconocidos, que hablaban con acento extranjero, salpicando la conversación con voces desconocidas, acaso mongolas, persas o chinas, se presentaron como Nicolás, Mateo y Marco Polo. Los actuales habitantes del palacio recordaban a sus primitivos dueños, pero se negaron a reconocerlos en aquellos desarrapados viajeros, a quienes consideraban pobres aventureros que pretendían, utilizando los nombres de sus parientes desaparecidos, conseguir rápida y fácil fortuna.

Los tres extranjeros se retiraron, no sin antes invitar a todos los habitantes del palacio, sus familiares y amigos, a un gran banquete que harían servir al día siguiente.

Cuando los invitados llegaron a la casa en que se hospedaban los extranjeros, éstos los recibieron ricamente ataviados a la usanzu oriental, con ropas de raso carmesí, que cambiaron a poco por otras de valioso damasco. Los primeros vestidos fueron distribuidos entre los criados. Después de gustar las viandas, se retiraron de nuevo, para volver engalanados de terciopelo carmesí, y dieron también a los criados los segundos trajes. Al fin este acto se repitió con las ropas de terciopelo, y aparecieron fastuosamente vestidos a la moda veneciana de entonces. Los invitados no salían de su asombro al ver tanta riqueza obsequiada a loa sirvientes por aquellos extranjeros que el día anterior se habían presentado ante ellos tan pobremente vestidos, y no comprendieron el por qué de tal acción hasta que, traídos por los criados los viejos y harapientos trajes de viaje, los rasgaron en varias partes, abriendo forros y costuras, y comenzó a llover sobre la mesa del banquete gran cantidad de rubíes, esmeraldas, zafiros y diamantes. Chispeaba la mesa con aquella riqueza inestimable, que se mostraba a los ojos asombrados de los venecianos.

Los convidados quedaron maravillados, y entonces conocieron claramente lo que antes les inspirara dudas: que aquéllos eran, en verdad, los Polo, honrados y valerosos comerciantes, y los trataron con gran respeto y reverencia. Comprendieron también que aquella extraordinaria riqueza era el fruto de los veinticinco años de negocios y aventuras, de la amistad y la liberalidad del gran kan, y que la habían traído así, en secreto, para salvarse de los peligros de un largo viaje por regiones desérticas y desconocidas.

Divulgada la noticia, los grandes comerciantes venecianos fueron a ofrecerles sus respetos, recobraron los Polo sus bienes y su palacio, al que en adelante se llamó «de los millones» (corte del Millioni), y Marco Polo, que con frecuencia nombraba a su protector, y que siempre hablaba de las enormes riquezas del gran kan, recibió el expresivo nombre de maese Marco Millioni.