Las aventuras de Marco Polo semejan un cuento de las mil y una noches


Marco Polo era entonces un muchacho de quince años, despierto, inteligente y con apreciable caudal de conocimientos. Todo ello hizo pensar al padre que acaso el joven pudiera, si no sustituir a los cien hombres buenos y sabios que había reclamado el gran kan Kublai, al menos hacer buen papel al lado de los dos frailes que debían acompañarlo. En última instancia, Marco podría serle de gran utilidad en los negocios.

Se inició así una de las empresas más audaces que registra la historia de los viajes por tierras inexploradas. En efecto, partieron de Venecia a principios del año 1271 y llegaron felizmente a Jerusalén, donde cumplieron con la misión que Kublai les encomendara. De allí continuaron el viaje, lleno de peripecias, a través de las desérticas regiones de Persia y de la meseta de Pamir, para penetrar, finalmente, en el desierto de Gobi, acerca del cual se contaban fantásticas leyendas que Marco no dejó de recoger en sus memorias.

¡Con cuánta alegría habrán recibido los Polo la comitiva que el gran kan Kublai, enterado de que llegaban a los límites de su imperio, les envió para llevarlos hasta su corte, adonde llegaron en 1275, cuatro años después de su partida!

Cordialmente recibidos por Kublai, éste se interesó pronto por Marco, quien hizo rápidos progresos y logró captarse la confianza y la estimación del soberano. El joven aprendió diversas lenguas orientales y se desempeñó con tacto y eficiencia en las difíciles misiones que el gran kan le encomendó. Como embajador del emperador realizó varios viajes, durante los cuales tomaba apuntes sobre las características de las regiones que visitaba y sobre las costumbres de sus habitantes. Marco llegó hasta el remoto Tíbet, la fabulosa Cochinchina y la fantástica Cipango, regiones sobre las cuales informó al soberano, cuya curiosidad e interés despertó. Durante más de tres años fue gobernador de una de las más grandes provincias del imperio, y siempre ocupó cargos de confianza cerca del kan, de quien fue consejero y ayudante.

Imposible sería relatar una por una las aventuras de Marco Polo en la corte de Kublai. El veneciano alcanzó allí grandes riquezas y honores extraordinarios, pero ellos no lograron hacer acallar en su corazón uno de los sentimientos más caros al alma humana: la nostalgia de la patria lejana. Repetidas veces intentaron los venecianos obtener la autorización de su señor para abandonar el país, se encontraron siempre con la firme negativa del soberano, quien no podía comprender que nadie abandonase voluntariamente aquellas tierras, y menos aún quienes en ellas habían obtenido riquezas, honores y consideración. Por fin, en el año 1291, unos embajadores persas lograron lo que las súplicas de los venecianos no habían conseguido, y los Polo partieron rumbo a la tan ansiada patria.