Cuando se tiene voluntad para vencerlos, no existen obstáculos


Cellini, olvidándose de sus males, saltó de la cama y se dirigió al taller.

Serenándose de golpe frente a las protestas de fidelidad de sus obreros, hizo traer más leña y encendió de nuevo el horno. Para evitar otros accidentes, dispuso centinelas para mantenerlo siempre encendido. Al mismo tiempo tomó otras precauciones: por ejemplo, hizo rodear el jardín con maderas y pedazos de tapices y otras telas para resguardar el taller. Durante horas y horas no cesó de impartir órdenes olvidándose de su propio estado febril.

«Entonces -relata el propio artista en su autobiografía- hice arrojar en el horno junto con el metal que había un enorme trozo de plomo que pesaba casi treinta kilos y, con ayuda de un fuego vivo, atizándolo con largas barras de hierro, pronto volví a tener disuelto el metal. Viendo que contra la opinión de mis apresurados auxiliares había logrado una cosa tan difícil, pronto recobré mi vigor olvidándome de que tenía fiebre. De repente se oyó un ruido sordo como el de un trueno acompañado de un resplandor extraordinario que nos dejó alucinados por un momento. Al ver semejante fenómeno se apoderó de mí tal terror que pronto se hizo extensivo a todos los presentes. Apagado el ruido, nos miramos asombrados unos a otros al advertir que se había roto la cubierta del horno y que el bronce empezaba a fluir abundantemente. ..»

Sin embargo, no había suficiente cantidad de metal ni éste tenía la fluidez necesaria. Cellini, temiendo que al derramarse se hubiera perdido algo, hizo arrojar al horno platos y vasijas de metal que tenía a su alcance; sólo así corrió el metal en cantidad y fluidez suficiente como para fundir el modelo. Tal es la historia de esta hermosa estatua.

De este modo Benvenuto Cellini demostró, no sólo a su protector sino al mundo entero, que no existen obstáculos en el camino que se opongan a los deseos de cada uno, cuando hay una voluntad de hierro capaz de vencerlos y no se escatiman esfuerzos para lograrlo.