REALISMO Y FUERZA EN EL ARTE DE LOS ROMANOS


El nombre de Roma y su apelativo de Ciudad Eterna despiertan en nosotros muchos recuerdos que abarcan todos los órdenes de la actividad y el pensamiento humanos, destacando la inapreciable herencia que ella legó a las generaciones posteriores. Si bien es cierto que se engrandeció con las conquistas territoriales que llevó a cabo, su fama se fundamenta sobre todo en el derecho, las letras y las artes.

Las fusiones de razas y culturas que en ella se efectuaron, se hallan artísticamente condensadas en la Loba Romana, una de las expresiones más antiguas de su arte primitivo, que se conserva en el Museo Capitolino como evocación del origen de sus fundadores, Rómulo y Remo, hijos de Marte y de Rea Silvia, condenados los dos a morir en el Tíber. Cuenta la leyenda que los niños, milagrosamente salvados de las aguas, fueron amamantados por una loba hasta que el pastor Fáustulo los descubrió y adoptó. La Loba Capitolina, que sintetiza en bronce tal leyenda, habría sido ejecutada por artistas etruscos del siglo vi antes de Cristo radicados en Roma. Con posterioridad, durante el Renacimiento, en el siglo xvi, Guillermo della Porta agregó debajo de ella las; dos figuras que representan a Rómulo y Remo.

El pueblo romano, de sobrias y rígidas costumbres, representante del genio político y la organización estatal, no se preocupó en los primeros tiempos de su existencia ni por las letras ni por el arte. Junto a él florecían dos pueblos de elevada cultura, los etruscos al Norte y los griegos al Sur, que, no obstante haber sido sometidos por las armas, pronto lograron conquistarlo espiritualmente, imponiéndole parte de sus costumbres, artes e instituciones. Esto no debe conducirnos al error de creer que fue un pueblo falto de personalidad, que sólo imitó la cultura de sus vecinos, pues ofrece la particularidad de haber amalgamado elementos dispares en un arte que, si no llegó a ser original, tuvo, en cambio, tal personalidad que le ha permitido perdurar hasta nuestros días.

Los romanos entraron en contacto, en primer término, con los etruscos; la decadencia política de estos últimos al ser sometidos por los primeros no disminuyó su influencia cultural; aun más, se puede decir que durante mucho tiempo no hubo en Roma otro arte que el imitado de los etruscos; y cuando ese influjo se aminoró, se produjo una reacción italiota que, en civilización y arte, significó una lamentable regresión.

Los romanos tuvieron conocimiento de las artes griegas, por primera vez, durante la segunda guerra púnica, hacia el tercer siglo antes de Cristo, cuando el cónsul Marcelo tomó y destruyó la próspera ciudad de Siracusa. Deslumbrado éste por las riquezas y el lujo de sus palacios y monumentos, salvó del desastre gran cantidad de estatuas, vasos, joyas y objetos varios, que llevó a Roma. Su triunfo definitivo sobre Cartago no sólo dio a los romanos el dominio absoluto del mar Mediterráneo, al cual desde entonces llamaron mare nostrum, sino que amplió también las posibilidades de un mayor intercambio cultural. El contacto directo con los helenos después de sometida Grecia, en el año 146 antes de Cristo, favoreció aun más el desarrollo de las letras y las artes en liorna. Artistas y esclavos griegos fueron empleados como preceptores y maestros de jóvenes y niños de las familias pudientes; de ese modo el amor al lujo y a la belleza, que fue su consecuencia, preparó el terreno para el nacimiento de la Roma monumental del siglo de Augusto, y se prolongó durante toda la dominación imperial. La influencia helénica fue variando con las distintas generaciones, a medida que se iba desarrollando y consolidando un arte nacional. Entre las obras más hermosas realizadas por [artistas griegos en Roma, durante el período helenístico, se destacan el Hércules Farnesio, de Glicón el Ateniense; la Venus Génitrix, de Arcesilao, y el grupo de Praxíteles, que representa a Orestes y Electro. Después de un breve ocaso se produjo un renacimiento del arte helénico, en tiempos de Adriano; este emperador, como Augusto, amante de las artes, gastó una fortuna en estatuas y monumentos que dieron brillo y esplendor a su reinado, no sólo en Roma sino en todos los rincones del Imperio; también por orden suya se realizaron réplicas de obras maestras del arte griego, que hoy guardan los grandes museos, y que, en cierto modo, permitieron conservar la esencia de aquel arte, casi totalmente perdido. Durante este período siguió predominando la influencia helénica, pero transformada ya por el estilo un tanto pesado del arte romano.

!Los romanos, eminentemente itálicos, aunaron de este modo la fuerza y el realismo etruscos y el sentido armónico de líneas y colores de los griegos con la grandiosidad y potencia de los orientales, aunque sin la pompa ni el misticismo cruel de éstos, en un arte que ofrece un sello muy particular y que lo distingue de todos los que intervinieron en su gestación; manifestaciones de este arte se encuentran dispersas desde España a la Mesopotamia y desde Gran Bretaña al norte de África, interpretadas por un temperamento realista y práctico a la vez, cual era el romano.