La escultura y el bajo relieve histórico en Roma


El gusto por la pintura y la escultura se desarrolló en Roma después del contacto con los griegos. Al principio la escultura se limitó a imitar la griega, pero luego se superó con una forma puramente romana, el retrato, en el que alcanzó un realismo verdaderamente asombroso, como puede verse en los muchos que se conservan, en mármol y bronce, de belleza y perfección sin par. Desde los últimos tiempos de la república el arte del retrato tuvo una aplicación feliz, y era rara la casa de importancia que no los exhibiera en lugar de preferencia. Cuando se penetra en la Sala de los Retratos de cualquier museo italiano, llama la atención esa colección de cabezas extrañamente realistas; unas calvas y lisas o barbudas e hirsutas; otras, delgadas o gruesas, con rasgos marcadamente masculinos que contrastan con algunas femeninas, delicadas y finas. Por ellas podemos valorar las características psicológicas de emperadores y magistrados, así como también la evolución sufrida con los años, pues las hay de distintas etapas de su vida.

Los relieves históricos constituyen otra expresión de la escultura que se hizo famosa en Roma. Por lo general, se desarrolló como complemento de monumentos arquitectónicos o escultóricos. Hicieron su aparición con Augusto, y ello nos permite deducir en qué sentido y con qué alcance el fundador del Imperio contribuyó a la creación de un arte nacional, con la colaboración de hombres como Mecenas, favorecedores de artistas, poetas, filósofos e historiadores, que lo secundaron en las tareas de reconstrucción cultural. De esta primera época se recuerdan dos relieves: el primero, en la coraza de una estatua del mismo Augusto, ejecutada para la villa de la emperatriz Livia, cerca de Roma. Hay en él una serie de figuras que no son originales pero que revelan el afán de formar un conjunto con sentido históricamente romano. En Yo alto, el Sol y la Aurora, y en medio de ambos, la Tierra, portadora de frutos; abajo, entre Apolo y Diana, un soldado vencido en actitud sumisa frente a un oficial romano, probablemente Tiberio, vencedor de los partos en el año 20 antes de Cristo; a sus costados dos figuras que representan a Galia y España sometidas.  El otro relieve pertenece al Ara Pacis o Altar de la Paz, que el Senado romano hizo levantar para conmemorar el regreso de Octavio Augusto, en el año 13 antes de Cristo, tras una serie de expediciones que aseguraron la paz definitiva del Imperio. Alrededor del altar, un muro cubierto del lado externo por relieves que reproducen el cortejo oficial tal como se lo vio pasar por las calles el mismo día de la llegada de Augusto, ofrece la particularidad de sus figuras, que representan personajes reales de fácil identificación; en ese sentido se diferencia del relieve similar que Fidias realizó en el friso del Partenón, que simboliza la procesión de las fiestas panateneas, cuyos personajes, idealizados, alternan con los dioses. El bajo relieve histórico nació en Roma en el momento mismo en que el naciente Imperio adquiría conciencia de su propio papel histórico, y se convirtió en un género del que quedan numerosos y célebres ejemplos.