PERÚ COLONIAL E INDEPENDIENTE


La empresa de tres españoles ávidos de gloria, y deseosos de posesionarse de las riquezas que las referencias recogidas atribuían al casi fantástico territorio del Perú, comenzó cuando Francisco Pizarro, Hernando de Luque y Diego de Almagro se asociaron en Panamá, autorizados por el gobernador Pedro Arias Dávila. Después de un primer intento, que fracasó, lograron llegar hasta la isla del Gallo. Empero, nuevas dificultades, insalvables para los escasos medios de que disponían los expedicionarios, determinaron que Almagro viajara a Panamá para solicitar apoyo del gobernador Dávila, quien, enterado del hallazgo de piezas de oro en la ruta de los expedicionarios, concibió el proyecto de dirigir por su cuenta la penetración en aquellas tierras y negó a Almagro el apoyo pedido. En cambio, envió algunas naves para traer de regreso a Panamá a Pizarro y a sus hombres. Cuando los barcos del gobernador llegaron a la isla del Gallo, Pizarro comunicó a su gente la decisión de Dávila y agregó que se negaba a cumplirla, diciendo: “Por allá se va al Perú a ser ricos; por aquí, volvemos a Panamá a ser pobres”.

Trece soldados decidieron seguirlo en su audaz aventura; la mayor parte embarcó de regreso en los navíos de Pedrarias Dávila, en tanto el futuro conquistador del Perú aguardaba en la isla el retorno de Diego de Almagro con refuerzos y vituallas. Llegados éstos, prosiguieron su derrotero, siempre con rumbo al Sur, hasta que arribaron a Tumbes, donde encontraron muestras de la existencia del imperio de los incas. Volvió Pizarro a Panamá, y lleno de esperanzas se trasladó a España; allí celebró capitulaciones con Carlos V, y en enero de 1535 partió nuevamente de Panamá a la conquista del fabuloso reino del Perú. Después de conquistar la isla de Puna, donde fue necesario combatir con los naturales, tocaron tierra en Tumbes y se trabaron en sangrienta batalla con los indígenas, hasta imponer su primacía. San Miguel de Piura, la primera ciudad española en territorio peruano, fue fundada por esos días. Prestos ya a internarse en busca de las fabulosas regiones del oro, llegó a oídos de Pizarro la noticia de la guerra civil que azotaba entonces al imperio incaico, por la rivalidad de Huáscar y Atahualpa, herederos de Huayna Cápac, el soberano recientemente desaparecido, cuyo trono se disputaban los hermanos. Atahualpa se hallaba en Cajamarca, poderosa ciudad de la sierra. Pizarro envió comunicación al Inca, y le afirmó que venía a apoyarlo para dar por tierra con las aspiraciones de su rival.

Atahualpa, convencido de que los españoles eran enviados de los míticos dioses del Tahuantinsuyo, abrió a los españoles las puertas de la ciudad y labró así su desdicha, pues el osado capitán lo tomó prisionero y, poco después, dictó contra él sentencia de muerte; antes percibió Pizarro un fabuloso rescate en oro y plata, precio de una libertad prometida pero no dada. Por una ironía del destino, el mismo Atahualpa, desde la prisión, facilitó el cumplimiento de los planes del conquistador español: llevado de su odio a Huáscar, ordenó que se lo asesinara. Al ser esto realizado, Pizarro pudo valerse de Manco Cápac, un muchacho apenas, hermano de Huáscar; amparado en la autoridad del joven, proclamado Inca y coronado en el Cuzco, Pizarro contó con un a modo de gobierno títere que le permitió recoger inmensas riquezas. El 6 de enero de 1535, a dos leguas del mar y a orillas del Rimac, Pizarro colocó la primera piedra de la “Ciudad de los Reyes”, la futura Lima. Entretanto, Almagro marchaba a la conquista de Chile. Un día, empero, Manco huyó de la tutela española, se dirigió a la fortaleza de Ollantaytambo y proclamó la guerra santa contra los invasores. Toda la nación se unió a él, y la ciudad del Cuzco, donde Pizarro y los suyos se hallaban, fue sitiada durante tres meses. El español logró convencer a un príncipe, hermano de Manco, de lanzarse contra aquél y tomar para sí el trono. La división que así surgió entre los indígenas favoreció al español, y a poco la rebelión fue dominada. Sin embargo, nuevos peligros amenazaban al reducido grupo de guerreros hispánicos, fruto esta vez de la disensión que hubo entre Pizarro y Almagro acerca de la línea divisoria de sus respectivos territorios, adjudicados por el monarca español. La diferencia llegó hasta el terreno de las armas, y Hernando Pizarro debió defender al Cuzco de las tropas de Almagro, que finalmente ocuparon la ciudad. Pero los Pizarros se rehicieron, y una nueva lucha, esta vez en el campo de Las Salinas, decidióse en favor de los pizarristas. Diego de Almagro fue sentenciado a muerte y la sentencia cumplida a poco. El gobierno de Pizarro fue haciéndose odioso a los que habían sido parciales de Almagro, y en 1541 don Francisco Pizarro, descubridor y conquistador del reino de los incas, pereció víctima de un atentado. Almagro el Joven, hijo de Diego, fue proclamado gobernador del Perú, pero poco tiempo después arribó al país un enviado real, Cristóbal Vaca de Castro, con el designio de pacificarlo. Esto se logró a costa de la vida de Almagro el Joven.

Por ese tiempo fue creado el virreinato del Perú, y poco después arribaba el primer virrey, Blasco Núñez de Vela. Con él llegaban las Nuevas Leyes, así llamadas las que se dictaron por inspiración de fray Bartolomé de las Casas, condolido por la explotación y vejaciones de que hacían víctima a los indígenas americanos algunos colonizadores, muchos de ellos muy poderosos, tanto, que resistieron el cumplimiento del generoso mandato real y negáronse al reconocimiento de la autoridad virreinal. Gonzalo Pizarro fue tumultuosamente escogido como jefe de un movimiento que hasta llegó a proponerle su coronación como rey del Perú. Tras batallar el virrey y los rebeldes, sucumbió en la contienda Núñez de Vela, y Gonzalo Pizarro ocupó el poder para resignarlo posteriormente, cuando la derrota lo humilló frente a un nuevo pacificador real, don Pedro de la Gasea.

Aun en medio de esas luchas, el Perú fue el foco de irradiación de la colonización española en la América meridional: de allí partieron expediciones hacia regiones muy distantes, así como a las inmediatamente vecinas, a las que llevaron los primeros gérmenes de la civilización hispanoamericana.