Los virreyes del Perú se sucedieron por más de trescientos años


La hispanización de las antiguas tierras del inca se extendió a lo largo de tres siglos; durante su transcurso, religión, lengua, costumbres y hábitos de la península se trasladaron así a la tierra americana, arraigaron en ella y pasaron a formar parte del acervo de un pueblo nuevo, nacido de la mezcla de los españoles con los indígenas. En el virreinato del Perú fue donde con mayor esplendor vivieron los españoles de América; la corte del virrey parecía calcada de la del soberano; la magnificencia de su palacio, el boato de sus recepciones, la pompa de los desfiles militares y las ceremonias religiosas a las que asistía, todo era majestad y señorío. Empero, no todas las clases sociales disfrutaban de idéntico bienestar. Las leyes dictadas para proteger a los naturales de la explotación de los encomenderos no se cumplían, las más de las veces porque autoridades venales, cuya función era la defensa del indio, se vendían a los poderosos. Esto originó malestares crecientes, que muchas veces tomaron la forma de abierta rebelión, como la encabezada por un descendiente de los incas, Túpac Amaru, ya en las postrimerías del siglo xviii.

La minería absorbió toda la preocupación de los gobernantes; el afán de obtener oro y plata hizo que se destinaran todos los hombres útiles a su extracción, y se abandonara por completo la agricultura, de tal modo que el hambre comenzó a diezmar a los peruanos nativos y la despoblación de zonas enteras sembró de pueblos muertos la región de la sierra; el sistema de andenes y canales fue destruyéndose por la acción del tiempo y la falta de un solícito cuidado como el que le prodigaran los incas.

Los misioneros y los clérigos regulares o seglares quedaron a cargo de la instrucción de los indios; un número extraordinario de templos se alzó en todo Perú, muchas veces sobre los cimientos pétreos de los que antes fuera un lugar de culto incaico. En esos templos se impartía la enseñanza de las primeras letras y de la religión católica, y en las comunidades regulares de mayor desenvolvimiento se instalaron verdaderas escuelas-talleres o escuelas-fábricas, en las que se enseñaron oficios y artesanías, y no pocas veces egresó de ellas el artista indígena que tallaba con primor la madera o dominaba los recursos de la pintura. Muchas de esas obras, casi todas de inspiración religiosa, adornan aún altares y recintos en las iglesias y palacios limeños y cuzqueños.

Veinte años escasos después de la penetración de Pizarro en el país, se fundó la universidad de San Marcos, hecho que testimonia la aspiración de la corona española de elevar las provincias americanas al nivel cultural europeo; de la universidad de San Marcos, de Lima, habrían de salir muchos de los hombres que actuaron luego en la preparación de los espíritus para la emancipación, tanto civiles como eclesiásticos, y no pocos de los jefes militares que sellaron con su sangre la libertad americana.

Entre los virreyes que procuraron el engrandecimiento cultural y material del Perú, se destacan los nombres de don Andrés Hurtado de Mendoza, el primero que trazó las bases de la organización administrativa; don Francisco de Toledo, reglamentador del trabajo de los indígenas; el marqués de Montesclaros, que embelleció ediliciamente la Ciudad de los Reyes y mejoró la legislación de minas, comercio e industrias; el conde de Santisteban, protector de los indígenas; el conde Castellar, que levantó las fortificaciones del Callao y otros puertos del Pacífico, y extendió el comercio hasta la China; el marqués de Castelfuerte, que limitó los abusos de la clerecía y reformó en materia de conventos y profesos; don Gil de Taboada y Lomos, durante cuyo virreinato apareció El Mercurio Peruano, uno de los periódicos científico-literarios de mayor prestigio.

El último en ejercer la autoridad virreinal fue el general don José de la Serna, quien hubo de deponerla al reconocer, por imperio de las circunstancias, el triunfo de los sostenedores de la independencia peruana.