Cómo el general San Martín y el Ejército de los Andes dieron libertad a Perú


El virreinato regido desde Lima era el bastión más poderoso del poder de los realistas. Mientras ese fuerte reducto se mantuviera intacto, era ocioso soñar con la seguridad de las naciones emancipadas recientemente. Así lo comprendió el libertador de Argentina y Chile, el general José de San Martín, y una vez aplastados los ejércitos realistas en Chacabuco y Maipú, aprestó una poderosa expedición, que tocó tierra peruana el 8 de setiembre de 1820, en las arenosas playas de Pisco.

Ninguna resistencia ofrecieron al desembarco las fuerzas realistas, que se encerraron en Lima mientras las poblaciones de la costa se plegaban al movimiento revolucionario.

El virrey, que lo era don Joaquín de la Pezuela, se apresuró a proponer al general San Martín una conferencia. Éste fijó sus condiciones y, aceptadas que fueron, los representantes de ambos altos jefes se reunieron en Miraflores, sin que en tal entrevista resultara posible llegar a ningún acuerdo que satisficiese suficientemente a ambas partes.

El Libertador ordenó luego el bloqueo al puerto del Callao y movió sus fuerzas aproximándolas a Lima. La ciudad resistió el bloqueo, pero la inactividad del virrey Pezuela disgustó a los altos jefes militares realistas, que le exigieron su dimisión. La autoridad virreinal fue asumida por el general La Serna. Entretanto, una terrible epidemia asolaba el campamento de San Martín, en Huaura, y diezmaba sus soldados, pero las providencias sanitarias y la preocupación del jefe por la salud de sus legionarios conjuraron la peste.

El gobierno de Madrid se afanó por pacificar al Perú, y envió a un comisionado real que indujo a La Serna a celebrar una entrevista con San Martín. Reuniéronse en Punchauca, pero el general argentino puso como condición decisiva la erección del Perú como estado independiente de la corona española, lo que no fue aceptado por La Serna. Concluido el armisticio siguieron las hostilidades.

El gobierno virreinal hubo de evacuar la Ciudad de los Reyes, en la que entró el ejército libertador el 9 de julio de 1821, aclamado a su paso por el pueblo.

El 28 del mismo mes y año, el general San Martín, ante las tropas formadas con solemnidad, ante el pueblo y las corporaciones reunidas en la Plaza Mayor, agitó en el aire la bandera que había creado para el nuevo estado y pronunció la fórmula que anunciaba al mundo el advenimiento del Perú como nación soberana y libre.

Asumió San Martín el poder ejecutivo en forma provisional, con el título de Protector, hasta tanto se reuniera el congreso de diputados elegidos por el pueblo que determinaría la organización del país.

Luego marchó a Guayaquil, donde se entrevistó con el general Simón Bolívar para acordar, entre otras cosas, la manera de poner fin a la resistencia española atacándola combinadamente. La conferencia no logró, empero, todos sus objetivos, y el general San Martín, interpretando que su presencia al frente del ejército libertador del Sur era un obstáculo a las aspiraciones de Bolívar, resolvió, a su regreso a Lima, deponer las insignias de su jefatura y los atributos de Protector ante el congreso peruano, entonces recién reunido. Así lo hizo, y enseguida se alejó de la tierra de los incas, a la que había proclamado independiente después de tres largos siglos de dominación hispana.

Los ejércitos libertadores americanos continuaron sus operaciones contra los realistas, a los que asestaron el golpe definitivo en las batallas de Junín y Ayacucho. El 9 de diciembre de 1824, fecha de la última, a los pies del Condorcunca, quedó sellada la libertad de América; el virrey, su estado mayor, cientos de jefes, oficiales y millares de soldados capitularon después incondicionalmente, y el Perú inició la senda de la construcción pacífica, aunque accidentada, de sus instituciones nacionales.