Corridas por el oro en California, México, Australia, Canadá y Alaska


El descubrimiento de América llevó a Europa, a principios del siglo xvi, grandes cantidades de oro, obtenido principalmente en México, Perú y las Guayanas. Al mismo tiempo de África se obtenía oro en polvo, pacientemente recogido por los negros en un trabajo insalubre y sin remuneración alguna. Durante doscientos años la producción de oro continuó siendo importante, pero después comenzó a declinar, en razón del agotamiento de las minas antiguas. Se imponía iniciar una expansión geográfica para descubrir nuevas regiones auríferas. Durante algún tiempo el oro de Rusia y Siberia, regiones nuevas ambas ayudó a mantener nivelada la balanza de la producción.

A mediados del siglo xix, cuando se descubrió la riqueza aurífera de California, Estados Unidos de América, y de Australia, esas regiones fueron invadidas por millares de buscadores de oro, y la fiebre con que se exploraron las minas y placeres inauguró una nueva “edad de oro”.

De California, muchos aventureros emigraron, solitarios y llenos de ambiciones, hacia el Este, el Sur y el Norte, a tierras desconocidas, pero ricas en esperanzas. En Sierra Nevada, México, esas esperanzas fueron tan bien fundadas que se hicieron fortunas colosales; cada nueva historia de una reciente fortuna hacía aumentar el ejército de los buscadores de oro, que, como quien interviene en un juego de azar, se aventuraban por tierras desconocidas arriesgándolo todo, incluso la vida.

En Australia sucedió lo mismo. En 1851, esa región, hasta entonces mal conocida, empezó a recibir gente, en número cada vez más crecido, y las ciudades comenzaron a surgir como hongos, casi de la noche a la mañana. Extensas áreas de terreno, dominios del canguro y de los perros salvajes, se transformaron, poco a poco, en grandes centros de explotación de oro, invadidas por aventureros de todas partes del mundo. En Rusia, los descubrimientos de oro no tuvieron esas proporciones ni esas consecuencias, pues considerable parte de ellos fueron realizados en las regiones inexploradas de Siberia, país de difícil acceso. Durante muchos años, estas tres regiones fueron las más importantes productoras de oro del mundo.

En 1896 se descubrió este mineral en Canadá, en el distrito de Klondike, lo que originó una verdadera corrida de buscadores de oro y aventureros hacia ese lugar. A pesar de las dificultades derivadas de la total falta de comunicaciones y de los rigores del clima, en cuatro años se dirigieron allí más de tres mil mineros, de los cuales algunos hicieron fortuna y otros perdieron todo cuanto poseían. Se trabajó con tanta furia que en cuatro años los yacimientos se agotaron.

En África ocurrió, a mediados del siglo xix, casi lo mismo que en América a principios del siglo xvi. Si bien ese continente no fue descubierto, en la amplia acepción de la palabra, sí fue explorado. Y lo más curioso es que el oro de África no viene de la Costa de Oro, ni de la región de Kong, donde, se decía, los reyes negros se sentaban en trono de oro, sino de una región situada mucho más al sur, tan mal conocida que era designada con el nombre de región de más allá del río Vaal, o sea Transvaal. De su inmenso depósito de Witwatersland, descubierto en 1887, a pesar de tener solamente 700 kilómetros cuadrados de superficie, se extrae todos los años gran cantidad de oro. En 1900 le llegó el turno a Alaska, en cuyos placeres se obtuvieron crecidas cantidades de oro tanto en polvo como en pepitas.