El posible origen de la leyenda del velloncino de oro


Una mina de oro no es como un campo de cultivo que puede dar una nueva cosecha cada año. Es, más bien, como un saco que se va vaciando cada vez que se extrae algo de su contenido. Las minas explotadas por una generación quedan, generalmente, exhaustas, y la generación siguiente tiene que procurarse otros puntos para seguir produciendo oro. Esta fiebre por hallar el precioso metal fue una de las principales causas del descubrimiento de nuevas tierras.

Los primitivos centros de extracción de oro existieron en los pueblos que primero despertaron a la civilización: egipcios, persas, babilonios, establecidos en el norte de África o en el oeste de Asia. La vieja leyenda del Vellocino de oro tiene tal vez su origen en el proceso usado para obtener polvo de oro, en que se dejaba que el agua de los ríos corriese por encima de pieles de carnero. No sabemos de dónde sacó Salomón el oro que en tan grandes cantidades empleó en la construcción de su templo; pero nos consta que en la Edad Antigua su caso no era aislado, pues se ve utilizado en todos los pueblos de esa época.

Midas, fabuloso rey de Frigia, poseía tanto oro que las leyendas dicen de él que estaba condenado a transformar en precioso metal todo lo que tocara. Creso, rey de Sardes, poseía tanto oro que fue considerado el rey más rico de la antigüedad, tanto que se ha hecho adagio popular la frase “Tan rico como Creso” o “Es un Creso” para designar a una persona que posea grandes riquezas. En las tumbas egipcias se descubrieron abundantes y hermosos ornamentos de oro. En el Museo Británico de Londres están las joyas de cinco princesas sepultadas más de dos mil años antes del nacimiento de Cristo y las de una de las reinas que vivió mil años más tarde. Agotadas las minas de las regiones orientales del Mediterráneo, fueron las tribus salvajes que vivían en España, en las Galias y en los Alpes las que tuvieron mayor cantidad del precioso metal. Los galos acostumbraban adornarse con objetos de oro antes de entrar en combate. Roma no poseyó minas de oro hasta después de su expansión al otro lado de los Alpes. A medida que se fue apoderando del mundo, su riqueza fue en aumento, al punto de llegar un tiempo en que el oro existente en la gran ciudad era tanto que se hicieron con él estatuas macizas y ornamentaciones para techos de los templos y de algunas casas particulares. Pero cuando los bárbaros invadieron el Imperio, el oro se diseminó y desapareció, porque se dejó de trabajar en las minas, de manera que durante siglos Europa fue muy pobre en ese metal.