Cómo se tallan las piedras preciosas: finalidad de su tallado


Pocas son las gemas que se usan tal como se hallan en la naturaleza; necesitan ser labradas y pulidas para que luzcan en toda su belleza. El arte de tallar piedras preciosas es muy antiguo. Es probable que los fenicios lo hayan aprendido de los asirios. Las piedras pueden ser trabajadas de muchas formas diferentes, pero las principales tallas son en rosa y en brillante. Pueden ser talladas en superficies curvas, como los zafiros, o en facetas, como los diamantes. Antes del siglo xiv se les daba generalmente formas curvas, pero más tarde todas las gemas transparentes, a excepción del granate, fueron talladas en facetas. Cuando el granate estaba tallado en superficies curvas recibía el nombre de carbúnculo. Muchas piedras opacas y translúcidas son trabajadas en cabujón, esto es, pulimentadas y con los vértices levemente redondeados: tal ocurre con los ópalos, las piedras de la luna y las turquesas. Los diamantes son a veces tallados en rosa, con facetas triangulares de tamaño casi idéntico. Así labrado, no es el diamante tan bello y presenta menos brillo. Por eso es que sólo aquellos menos valiosos son trabajados así. La talla en forma de mesa o india es usada especialmente en las esmeraldas, rubíes y zafiros. Con esa forma se asemejan a dos pirámides de vértices achatados y unidas por sus bases.

La talla de mayor brillo tiene cincuenta y ocho facetas; treinta y tres, entre las cuales se incluye la faceta central llamada mesa, están situadas por encima del borde circular que rodea a la piedra en su parte más ancha (cintura); las veinticinco facetas restantes están situadas debajo. El engarce se afirma en dicho borde y asegura la piedra en la joya.

Se dice que el arte de tallar los diamantes en facetas remonta su origen al año 1456. Esta técnica permite eliminar los defectos y manchas que a veces tienen las piedras en bruto, mediante el recurso de fraccionarlo con herramientas adecuadas. La gema es gradualmente desbastada, frotándola contra otros diamantes, y los fragmentos y el polvillo resultantes de esta operación son empleados en el pulimento final. Luego viene la talla. Esta labor exige gran atención y mucha habilidad. La piedra es introducida dentro de una masa de metal, y las partes que éste no cubre son desgastadas contra otros diamantes. Las manos del artífice están protegidas por guantes de cuero. Primero se esculpe la faceta que hace de mesa, luego la base o parte inferior. A continuación se labran las facetas mayores y, finalmente, las menores.

La operación siguiente consiste en pulir la gema contra un disco de hierro cubierto de aceite y polvo de diamante. Esta operación lleva mucho tiempo y el mínimo descuido puede hacer perder todo su valor a la piedra preciosa. Luego de pulir así sus facetas, el diamante es sumergido, a veces, en ácido sulfúrico caliente, para eliminar cualquier vestigio de polvo o aceite. Sólo los lapidarios muy hábiles pueden emprender la difícil tarea de tallar un diamante de precio. La talla en brillante sacrifica gran parte del diamante en bruto. Además, del 70 al 73% del volumen de la gema queda escondido debajo del engaste, pero sus propiedades decorativas alcanzan el más rutilante esplendor.