Los hombres necesitaban la moneda y encuentran útil el oro


Pero lo que más hace del oro un símbolo y una medida de la riqueza, tanto para los individuos como para las naciones, es el uso de este metal como moneda o la relación que guarda con ella.

El hombre primitivo vivía solo con su familia, aislado del resto de sus semejantes, y los contactos con éstos, cuando ocurrían, eran puramente circunstanciales. En tales condiciones cada familia estaba obligada a producir por sí sola cuanto se necesitaba para la vida: alimento, vestido, techo, etcétera. Sin que pueda precisarse la fecha, es un hecho que los hombres después de un tiempo se reunieron en comunidades; quizás coincidió esto con el momento en que el hombre, abandonando el vagabundeo consuetudinario cuando dependía de la caza y de la pesca, empezó a laborar la tierra. Entonces nació el comercio y con él las formas más rudimentarias de la moneda. El agricultor poseía un campo de trigo y algunas ovejas, mientras el vecino había obtenido una buena cosecha de patatas. ¿No sería agradable modificar la dieta de trigo o de carne de oveja y probar alguna vez patatas? A lo mejor el vecino experimentaba iguales deseos de variación y estaba dispuesto a dar algunas patatas a cambio de un saco de trigo o de una oveja. Así nació el trueque, la primera forma de comercio entre los hombres.

El afincamiento del hombre a la tierra, la vida en común y el nacimiento del comercio trajo aparejado un hecho de suma importancia para el desarrollo y el bienestar de la humanidad. Cada individuo o familia no se veía obligada a producir todo lo necesario para el propio consumo, pues muchas cosas podía obtenerlas por el trueque. Pudo entonces aplicarse a aquellos trabajos que más cuadraban a cada uno de sus miembros según la inclinación natural o las cualidades adquiridas. Se abría por este camino la senda del progreso, ya que un hombre hábil producía con el mismo trabajo y en el mismo tiempo más y mejores bienes que los que antes se lograban. Pero, al mismo tiempo, esta especialización del trabajo hizo absolutamente necesario el comercio, pues sin él el individuo no podía disponer del exceso de bienes producidos ni adquirir los indispensables que no fabricaba.

Muy pronto los hombres tuvieron que darse cuenta de los inconvenientes del comercio directo o trueque. En efecto, el trueque exige una coincidencia entre la oferta y la demanda, y una correspondencia de los bienes que se quiere intercambiar, muy difíciles de realizar. Un ejemplo basta para ver esto. González era un sastre y fabricaba trajes; quería conseguir una mesa. Por el sistema de trueque era necesario que González encontrase un carpintero, lo que no sería difícil, pero no un carpintero cualquiera, sino uno que quisiera justamente un traje, lo que ya no era tan fácil. Supongamos que lo encuentra y que este carpintero se llama Pérez; no con esto se han acabado los problemas. Pérez en verdad quiere un traje, pero estima que uno es poca compensación para los afanes que le costó la mesa y, por otra parte, dos o tres trajes no los necesita de presente ni sabría qué hacer con ellos. ¿Cómo, pues, justipreciar los valores y llegar a un acuerdo para realizar el trueque? Dificultades como ésta debieron presentarse a cada rato en la época del comercio directo. Para solucionarlas surgió en la humanidad la moneda, como un acuerdo entre los hombres, cuando reconocieron que algunos artículos podían servir como medio de intercambio y como patrón para medir el valor relativo de los bienes. Primero, cuando la economía del mundo era agropecuaria, la riqueza se midió y se intercambió por medio de los rebaños o las cabezas del ganado, o del grano, que era más conveniente porque se podía dividir en cantidades mínimas para las compras de poca importancia. En algunas regiones se utilizaron pieles, en otras conchas u otros objetos. Pero pronto se recurrió a los metales por las ventajas que ofrecían; el metal era fácilmente divisible en piezas pequeñitas que permitían los intercambios menudos, y era, sobre todo, inalterable, casi indestructible, transportable y apropiado para guardarlo durante largo tiempo. Esto último añadió a la moneda, que era ya útil como patrón de valor y medio de cambio, la capacidad de servir como depósito o reserva potencial de valor, puesto que el metal que no se gastaba inmediatamente podía quedar en poder del hombre sin que variara mayormente su valor. Pero el oro era hermoso, y además de indestructible constituía, como ya se dijo, una riqueza por sí mismo; de modo que prontamente los hombres lo adoptaron entre todos los metales como la moneda preferida. Otro factor ha concurrido para afianzar tal posición. Puesto que el oro es sumamente duradero y relativamente escaso, la oferta de oro, o total disponible, depende de la cantidad acumulada a través de los siglos, sin que esta medida se vea sensiblemente alterada, dentro de ciertos períodos, por la producción anual del metal. A su vez la demanda o requerimiento de oro tiende también a la estabilidad, pues las necesidades industriales del preciado metal son pocas o de pequeño volumen, y los reclamos del arte de la ornamentación y de la joyería permanecen, por su misma naturaleza, fundamentalmente constantes. Por ello, en circunstancias normales, el valor del oro es estable entre períodos no demasiado prolongados. Esta invariabilidad, relativa ciertamente, del valor del oro no se da en otros metales, lo que afianza la posición de este metal como moneda o como patrón de las monedas de los diversos países.