Las joyas de oro han sido siempre la manifestación de la riqueza


Desde tiempos remotos, por el aspecto tentador, por el brillo, por la inalterabilidad, el oro más que los otros metales ha atraído al hombre como fuente de ornato y como la materia más noble para plasmar en ella las invenciones de la belleza. Ya en la prehistoria las armas llevaban motivos ornamentales de oro, y algunos utensilios eran también de este metal. Los griegos fueron grandes orfebres, como lo habían sido antes los egipcios, cuyas maravillosas joyas y mascarillas, en las que el noble metal alterna con el esmalte, han llegado hasta nosotros resguardadas en las tumbas de los faraones. Las joyas griegas son las más artísticas y finamente trabajadas de la antigüedad; las romanas repiten el estilo griego, pero lo tornan más pesado y pomposo. En China los vestidos de los poderosos se recamaron en oro, y de este metal fueron las coronas y cetros de los monarcas europeos. Así, a través de los tiempos hasta nuestros días, el oro, solo o como engarce natural de las piedras preciosas, conserva la primacía sobre los otros metales en el arte del adorno y en la joyería. Además de las características señaladas, otra propiedad ha contribuido para dar a este metal el puesto privilegiado que ocupa. En efecto, el oro es un metal relativamente escaso, y el valor de las cosas depende en gran parte de su rareza: en verdad, nadie pagará por aquello que fácilmente puede conseguir por sí mismo, aunque sea algo que se apetece o se necesita. Así, por ejemplo, el aire es algo importante para el hombre y tanto que sin él la vida es imposible; sin embargo, los hombres no le atribuyen valor económico y nadie está dispuesto a pagar por él pues se lo tiene, diríamos, al alcance de la mano: el que quisiera hacer dinero con la venta de aire iría al fracaso, si no es que lo tomasen por loco. El oro es escaso; no abunda en la naturaleza, y por ello los hombres están dispuestos a pagar para conseguirlo. Pero esta escasez es relativa, es decir, que su adquisición no debe exigir sumas desproporcionadas. La combinación, pues, de las propiedades naturales del oro, que lo hacen atractivo, y la escasez relativa de este metal, que le asegura un valor económico, ha forjado la posición privilegiada del oro respecto de otros metales dentro de las artes y oficios relacionados con la joyería y la ornamentación. Ya en este aspecto el oro es símbolo y medida de la riqueza. En verdad, cuando lo que se tiene es lo que se necesita para vivir día a día, no se dice que uno posee riqueza: rico es el que cuenta con más, mucho más, de lo que se requiere para sobrevivir. Y es natural que quien tiene más de lo necesario para la vida acumule los objetos de adorno, las joyas y, por lo tanto, el oro entre aquellas cosas no necesarias.