La acuñación de monedas y el patrón oro


La acuñación moderna del oro empezó en el siglo vi, cuando el cobre, pesado y chabacano, y la plata misma se hicieron insuficientes para financiar el creciente intercambio de mercadería.

En el correr de los años, tanto el oro como la plata sirvieron para la implantación de diversos regímenes monetarios internacionales, que se basaron ya en el monometalismo oro, ya en el monometalismo plata, ya sobre el bimetalismo oro y plata: es decir, la unidad monetaria se definía por un cierto peso en oro, o en plata, o en oro y plata a la vez.

En 1821, Gran Bretaña impuso el patrón oro como referencia para ajustar a él todas las monedas y se comprometió a rescatar en cualquier momento el papel moneda por una cantidad fija de oro. Este patrón monometálico fue imitado a partir de 1870 por Alemania, Francia y Estados Unidos, y al finalizar el siglo podía decirse que había sido adoptado por todo el orbe. Pero tuvo un reinado efímero. Al estallar la Primera Guerra Mundial los gobiernos beligerantes debieron recurrir, para financiar los ingentes gastos bélicos, al expediente de imprimir papel moneda en cantidad superior a lo que justificaba la reserva de oro de cada país. En estas condiciones las unidades monetarias ya no se basaron en una reserva convertible sino que fueron solamente deudas, no pagaderas a corto plazo, de las autoridades que las emitían. Después de la guerra se retornó al patrón oro; pero la depresión de 1928 hizo que muchos quisieran convertir sus existencias de papel moneda en oro, tal como se les prometiera, lo que habría hecho desaparecer las reservas de cada país. Por ello se abandonó el patrón oro y quedó el papel moneda únicamente, hasta hoy.

En este sistema el valor de la moneda radica en que, aunque no pueda cambiarse por oro, está respaldada por él. Para entender lo que es el respaldo de oro, volvamos hacia el pasado cuando la moneda en uso eran piezas de oro. Junto a éstas se emplearon entonces, para valores más pequeños, acuñaciones de otros metales, plata y cobre por ejemplo: quince monedas de cobre, supongamos, equivalían a una de plata, y cinco de ésta se cambiaban por una legítima y noble de oro. La gente aceptaba las monedas de plata y de cobre porque estaba segura de poderlas cambiar por oro; sin embargo, a nadie se le ocurría afanarse por el cambio. Y la razón es que lo que interesaba en la moneda no era la belleza y el valor del metal sino las cosas que con ella se podían comprar; los nombres no querían la moneda para contemplarla o guardarla sino para gastarla en compras actuales o futuras, y mientras eso ocurriera y las cosas no variaran de precio, no interesaba si la moneda era de oro, de plata o de cobre. Se descubrió así que cualquier sustancia, aun el papel, puede servir de moneda si con ella se puede comprar cosas.

Esta comprobación es la base de la moneda respaldada por el oro, como se ve con un ejemplo. Supóngase que un país tiene como moneda piezas de oro de las que hay, en total, 10.000 millones de unidades, y que el tal estado produce 1.000 millones de bienes (comestibles, casas, medios de transporte, etcétera), que es todo lo que los habitantes pueden comprar. Para hacer las cosas más fáciles, supóngase que los bienes producidos tienen todos el mismo valor y que cada uno cuesta, por lo tanto, 10 monedas de oro. Un día el gobierno decide retirar el oro de la circulación y dar por unidad de éste una unidad de papel moneda. Si se supone que la producción ha permanecido constante, cada bien vale también ahora 10 unidades -llamémoslas dólares- de papel moneda, y nadie se inquieta ni intenta cambiar los dólares por monedas de oro, ya que puede comprar ahora con el nuevo dinero lo mismo que compraba antes. Si al cabo de un año nos bienes producidos, lo que se llama la renta nacional, aumenta de 1.000 a 2.000 millones y el gobierno emite, al mismo tiempo, 10.000 millones más de dólares papel, lo que eleva el total del circulante a 20.000 millones, cada bien sigue costando 10 dólares; la gente, que puede comprar, este año, con su dinero lo mismo que el pasado, sigue tranquila, aunque las reservas de oro del gobierno sólo alcanzarían para rescatar la mitad del circulante actual.

Lo que se ha dicho muestra que el valor de una moneda no depende solamente del respaldo de oro sino también, y principalmente, del conjunto de los bienes o renta nacional de un país. Quizás el respaldo de oro hasta podría suprimirse si los gobiernos fuesen tan sensatos como para mantener el circulante papel dentro de los límites que justifica la renta nacional y las naciones no estuviesen en interdependencia comercial. Contra las fluctuaciones internas de la economía y la mala gestión de los gobiernos, las reservas de oro son una garantía del país, y por eso la abundancia de ellas hace la fuerza y la riqueza de una moneda y una nación. Por otra parte, desde el punto de vista del intercambio internacional, el oro es un medio casi indispensable del comercio: veámoslo en un ejemplo.

Un comerciante de Brasil quiere comprar acero en Suecia. Lo más probable es que el vendedor sueco no esté dispuesto a recibir moneda brasileña por la mercadería que entrega; porque, ¿qué podría comprar con ella en Suecia? Le serviría en Brasil, es verdad; pero en el caso no le interesa lo que ahí puedan ofrecerle. Si Brasil y Suecia no tuviesen reservas de oro, la transacción sería imposible; pero como las tienen, el problema se soluciona: el comerciante brasileño compra oro al gobierno del Brasil y lo envía a su colega sueco quien obtendrá con él, del gobierno de su país, útil moneda sueca. En la práctica el comercio internacional no requiere, en cada caso, compra ni envío de oro al exterior, y se hace por medio de agentes especializados que operan en las llamadas agencias de cambio. Pero lo que se ha expuesto es el fundamento de todas las transacciones entre monedas de distintas naciones.

Se explica así la moneda fiduciaria, es decir, esa moneda de que antes se habló, en la que el papel moneda no está respaldado por igual cantidad de oro y que, sin embargo, se estima y se llama moneda sana y convertible, siempre que la cantidad de circulante esté controlado, es decir, equilibrado con la renta nacional, y las reservas de oro sean suficientes para la seguridad del comercio interno y las necesidades del internacional.

Es, finalmente, evidente que la posesión de abundantes reservas de oro hace la riqueza de un país, o -lo que es más exacto- la riqueza de un país se traduce en la tenencia de adecuadas reservas de oro.