CÓMO APROVECHAMOS EL HIELO


¿Quién se ha detenido alguna vez a considerar, cuando por unos pocos centavos compra un sorbete, que el hielo ha sido en otros tiempos un artículo de lujo? Tan cierto es esto, que en la antigüedad sólo los emperadores y reyes podían darse el placer de refrescar sus bebidas. Los egipcios, asirios y babilonios visitaron en sus viajes lugares donde el hielo cubría extensas comarcas, y allí conocieron la utilidad de ese producto refrigerante, que tanta falta hacía en sus calurosos países natales. Maravillados por el hielo, quisieron proveerse de él, pero lo consiguieron en tan poca cantidad y a precio de tanto trabajo que solamente los reyes pudieron disfrutarlo.

Por supuesto, los egipcios no tenían máquinas refrigeradoras, y para obtener el hielo se valían de un procedimiento muy ingenioso: colocaban al sereno platos de arcilla de poco fondo, llenos de agua, y como durante la noche en todo el norte de África refresca muchísimo, sobre el agua se formaba una capa de escarcha que al día siguiente aprovechaban para refrescar sus bebidas. Los romanos y griegos se valieron de otro procedimiento. Como ellos vivían en países donde las altas montañas, en invierno, están cubiertas de nieve, la recogían allí y la conservaban en hoyos cubiertos con paja y ramas de árboles. Sin embargo, el procedimiento, aunque sencillo, tenía sus inconvenientes. La cantidad de nieve que debían acumular era muy grande, ya que paulatinamente se derretía y muy poca alcanzaba la época de los calores. De este modo, el precio de la nieve conservada, que llegaba como tal al verano, resultaba elevadísimo y sólo los muy ricos podían darse el lujo de disfrutarla.

Así, durante muchas centurias el hombre procuró obtener un refrigerante valiéndose del que espontáneamente le brindaba la Naturaleza; debemos esperar hasta el siglo xvii para ver aparecer algo que apenas se asemeja a las modernas neveras. En efecto, en 1621 comenzó a utilizarse un sencillo método conocido como sistema de los tazones, que consistía en lo siguiente: se colocaba un tazón pequeño dentro de otro mayor, y el espacio entre ambos se llenaba con una mezcla de agua, nieve y sal. El tazón pequeño, que era de cobre, se llenaba con agua. La efectividad del método reside en que la unión de sal y nieve constituye una mezcla refrigerante que adquiere una temperatura de varios grados bajo cero. Así se lograba congelar el agua del tazón pequeño; el hielo obtenido se utilizaba en los banquetes suntuosos. Empero, este procedimiento no era ninguna solución al problema del anhelado refrigerante. Había que disponer de nieve, y además era muy poco el hielo obtenido. En realidad fue un lujo. Pero el ingenio del hombre no descansaba; cuando se desarrollaron los sistemas de comunicación, se hizo factible transportar hielo de los países fríos a los cálidos, y almacenarlo para su uso oportuno. Así fue como se desarrolló una floreciente industria: el aprovechamiento del hielo natural, que se forma al congelarse las aguas de los ríos y lagos.