PLANTAS DE SUELO PEDREGOSO


Las personas que viven al pie de elevadas montañas, así como las que habitan en solitarias casas de campo ocultas entre las lomas, disponen de la ocasión más propicia para el estudio de las plantas silvestres, porque no solamente crecen en las montañas ciertas especies que no vegetan en las tierras bajas sino que muchísimas plantas que parecen peculiares de éstas prosperan también en las vertientes de las montañas. Existen ciertas plantas, propias de las tierras bajas, que trasladadas a un sitio cuya altitud es de 500 ó 600 metros sobre el nivel del mar, mueren; hay otras, hijas de la montaña, que para vivir necesitan imprescindiblemente una elevación de 600 a 700 metros, por lo menos. Por otra parte, algunas plantas, propias de sitios poco elevados, prosperan en distintas altitudes. Aquí vamos a tratar de plantas que comúnmente se encuentran en comarcas montañosas, aunque sus montes no tengan elevación considerable. No presentan caracteres particulares, como las plantas que crecen en suelos salados, o las de regiones semidesérticas, o las que crecen en la cumbre de las montañas. Estas últimas han de luchar con los rigores del frío y del calor, y con la frecuente sequía, sin contar la nieve que dura casi todo el año y los terribles vendavales; por tanto, únicamente las que desde remotos tiempos se han acomodado a esas severas condiciones climáticas pueden resistirlas. Estas plantas suelen llamarse alpestres o alpinas, tanto si viven en los Alpes como en la cumbre de otras montañas, siempre que sea tal la altitud que no permita prosperar allí a los árboles. Su apariencia es, en general, enana, y cubren el suelo como una alfombra, aunque las flores, de brillantes matices, son de mayor tamaño de lo que pudiera esperarse de plantas tan chicas. La forma compacta de éstas, las numerosas flores y, además, cierta resistencia contra la sequía, el calor y el frío han sido causa de que los jardineros introdujeran de buen grado en sus dominios la vegetación alpestre, plantándola entre las rocas y peñascos en miniatura que sirven de adorno a los jardines, donde prospera.

El pequeño tamaño de las plantas y la espesura de sus ramas son muy a propósito para resistir los furiosos embates del viento y demás condiciones climáticas adversas. Una planta más alta sería arrancada de cuajo; por esta razón aparecen de tal modo reducidos y contrahechos los árboles, arbustos y aun las hierbas de la alta montaña, a los que apenas si es posible reconocer como miembros de la misma especie que otras plantas que viven en lugares más bajos. Ahora bien, las flores, que tan bellos matices ostentan, tienen vida muy breve, puesto que en aquellas regiones elevadas no existe primavera ni otoño, sino un corto estío que sucede al duro y prolongado invierno; así, los insectos que hacen sus provisiones del néctar elaborado por estas flores, han de apresurarse si quieren aprovechar este exquisito manjar.

Por esta causa, apenas se derriten las últimas nieves, aparecen las flores pintadas de mil colores para instigar a las abejas, mariposas y moscas a que se les acerquen a libar el néctar y entregarles el polen fecundante. Presurosos acuden los alados insectos, y conducen el polen de las anteras de una flor al pistilo de otra, en tanto van libando el néctar.

Una de las familias más numerosas e interesantes de plantas alpestres es la de las saxifragáceas, cuyo nombre, que proviene del latín, significa rompepiedras, y se les aplica porque los miembros de esta familia suelen brotar entre los resquicios y junturas de las rocas y peñascos, como si hubieran empleado sus fuerzas en romperlos para establecerse al sol.