Acción maravillosa llevada a cabo por la naturaleza para propagar los vegetales


Las semillas vienen a representar para la planta, lo que los huevos para los animales, y como en algunas especies es conveniente para el desarrollo de la planta futura que se siembre la semilla en un gran espacio libre, lejos de la que la produjo, algunas proveen a la semilla de un ala pequeña para que el soplo del viento pueda arrebatarla, o bien de un anzuelo, que se engancha fácilmente en el plumaje de un ave o entre el pelaje de un mamífero que acierta a pasar por allí. Algunas plantas arrojan la semilla a distancia conveniente, mientras otras, que crecen en espacios más desahogados, la depositan junto a ellas, para que a su abrigo germinen y se desarrollen. Las semillas son realmente maravillosas, cada una de ellas contiene él germen de una planta, con su raíz chiquita, un tierno vástago y una o dos hojuelas repletas, llamadas cotiledones, que son como los bolsillos de la planta, cuya madre diligente y previsora, no ha querido alejarla de sí, sin llenárselos de todo lo necesario a su sustento, hasta que esté bien arraigada en el suelo y crezca acariciada por los rayos del sol. Si dejamos en agua un haba por espacio de un día, la depositamos luego en una maceta llena de tierra húmeda, y colocamos ésta en una habitación cuya temperatura sea bastante elevada, pronto veremos que aquel grano germina, porque revienta la piel que se ha hecho demasiado estrecha para ella. Al paso que va dilatando la abertura, veremos mejor la parte de la semilla contenida en el interior de la piel o tegumento, partida en dos mitades que se unen tan sólo en un punto. Podemos decir que ambas mitades son los bolsillos del haba, entre los cuales se halla el germen de la nueva planta. A los pocos días advertimos que brota un vástago blanco, que al crecer inclina la punta hacia la tierra vegetal que llena la maceta, enterrándose en ella y convirtiéndose en la raíz de la tierna plantita. Cuando ha penetrado lo suficiente para sentirse ya firme en el suelo, la semilla que había estado descansando en la superficie de la tierra hasta entonces, se levanta; se separan sus dos repletas mitades, y entre ellas vemos aparecer un par de hojuelas muy chiquitas, con sus bordes plegados todavía, las cuales crecen con tanta rapidez que en breve alcanzan el tamaño de la palma de la mano. A medida que crecen, disminuyen y se van secando ambas mitades del haba, que eran como los bolsillos repletos de la sustancia necesaria a su nutrición, consumida la cual, no es extraño que aquellos vayan quedando fláccidos y enjutos. Ahora, con sus dos grandes y hermosas hojas verdes, la tierna planta puede bastarse a sí misma y tomar de la tierra, del aire y del agua lo preciso para su vida.

Ya sabemos ahora qué es la semilla; veamos de qué manera se forma. Tengamos presente que el principal objeto de toda planta es producir semillas a fin de asegurar la continuación de la especie; y para ello ha de dar primeramente flores. De modo que en el sabio plan de la Naturaleza estas hermosas hijas del sol y de la tierra, como las llama un poeta, que tanto nos encantan con sus variados matices y delicado perfume, no tienen más fin que el de dar semillas.

Varias plantas, como las que designamos con el nombre de anuales y bienales, porque duran sólo uno o dos años, respectivamente, producen sus semillas y luego mueren. Han consagrado su vida a este esfuerzo supremo, y, después de cumplir su cometido, se van marchitando hasta que se secan.