La primera materia es un producto de los vegetales


Si a un niño se le preguntara quién le procura el alimento y el vestido, contestaría con razón que sus padres, sin desconocer que éstos hallan lo necesario para la vida material en la panadería, en la carnicería, en la tienda de comestibles y en casa del sastre, del zapatero o del tendero. Pero éstos no hacen más que preparar los artículos que necesitamos: la primera materia no la fabrican ellos, sino que viene realmente de las plantas. La vaca y el cordero nos suministran su carne, pero el cuerpo de estos animales se ha formado comiendo hierba. La harina que emplea el panadero no es más que trigo triturado; el paño que sirve al sastre para nuestros trajes proviene del suave y tibio vellón de la oveja; el cuero de nuestro calzado no es otra cosa que la piel curtida del pacífico ganado vacuno, y con los tallos de la planta del lino se ha fabricado el lienzo que nos vende el tendero.

Así, pues, las plantas nos suministran todo lo que necesitamos, tomando ellas los primeros elementos del aire, del agua y de la tierra.

Si desterrásemos al hombre más sabio a una isla desierta, enteramente desprovista de vegetación, ¿creéis que no teniendo más que rocas bajo sus pies y aire y agua en torno de él podría obtener de esos elementos lo necesario a su sustento y al abrigo de su cuerpo? No por cierto, por grande que fuese su sabiduría. Pero lo que no sabe hacer el hombre lo hacen las plantas. No sólo nos dan pan y por medio de ellas obtenemos indirectamente carne y leche, sino también nos proveen de sabrosos frutos, vestidos para preservarnos de la inclemencia de las estaciones y hermosas flores que deleitan nuestra vista.

Estas útiles criaturas tienen varias características semejantes a las de los animales. Instintivamente buscan las condiciones más favorables a su desarrollo. Por ejemplo, las plantas de hojas siempre verdes necesitan mucho sol, de modo que en las selvas vemos que los árboles solamente echan ramas en la parte más alta del tronco, para evitar que sus vecinos los priven de los benéficos rayos solares. Algunas plantas tienen sabor tan agradable que la Naturaleza ha protegido con aceradas espinas sus hojas y vástagos inferiores para alejar a los animales que quisieran comerlos, escarmentando al atrevido con algún pinchazo en el hocico. Otras destilan veneno en lugar de tener espinas, y el goloso que las ha probado no vuelve a acercarse a ellas. Ciertas plantas necesitan del trabajo de las diligentes abejas; y para atraerlas, la Naturaleza ha depositado en ellas dulce néctar.