La pequeña oruga, que rompe su envoltura y nace hambrienta


Los peligros que corre la oruga comienzan antes de su nacimiento. La madre deja los huevos en una posición que los expone a ser comidos por los otros insectos o por los pajarillos. Por fortuna para la familia, los huevos no se depositan todos en el mismo lugar. La mariposa diurna y la nocturna buscan sitios adecuados, en los que las jóvenes orugas hallen su sustento al nacer, y reparten los huevos en ellos.

Pueden tener los huevos diferentes tamaños, formas y colores; pero el proceso que siguen es siempre el mismo. Si el tiempo es caluroso, sale la oruga al cabo de ocho o diez días, y aunque débil y pequeña, rompe su envoltura y se muestra hambrienta. Lo primero que hace es roer la hoja que la sostiene, o, si no, se come la cascarilla del huevo en que se ha formado. No tarda en aumentar su tamaño. Come sin descanso. Sus poderosas mandíbulas no dejan de trabajar, y es tanto lo que crece, que no cabe ya en su piel.

Tiene que sufrir, por tanto, una muda. Es éste un proceso largo y difícil, pues la piel antigua ha de llegar a desgarrarse detrás de la cabeza, y la oruga debe sacar su cuerpo entero, patas, antenas y todo el resto, por la abertura. Terminado este trabajo, el animal queda casi extenuado y necesita algún tiempo de reposo para recobrar sus fuerzas. Mientras dura este descanso, las mandíbulas, que se habían adelgazado con la pérdida de la piel, vuelven a fortalecerse, y no tarda la oruga en recobrar su movilidad, para continuar alimentándose hasta el momento de la próxima muda.