El cuscús, que se cuelga de las ramas por medio de su cola y se hace el muerto


Tratemos ahora de otro animal amigo de vivir en los árboles, y que se halla dotado de bolsa. Este es el cuscús, que tiene el tamaño aproximado de un gato, despide un olor penetrante y habita en Nueva Guinea, en las Molucas y en algunos otros sitios. Su cuerpo, incluyendo la cabeza, mide unos 45 centímetros de longitud; pero su cola es casi tan larga como todo el resto del cuerpo. La cola es lo más notable que tiene el cuscús. Desprovista de pelo, excepto en su nacimiento, es para este animal una especie de mano o pie suplementario. Se enrosca y afirma a una rama o cualquier otro objeto, y presta al cuscús un apoyo seguro mientras busca su presa; y, cuando se cree en peligro, a ella confía la salvación: enrosca la cola en una rama y, dejándose caer, queda colgado de ella, fingiéndose muerto. El cuscús se halla dotado de una piel cuyo color se asemeja al de las hojas secas de los árboles en que vive; y aunque su tamaño es superior al de las expresadas hojas, como su color es igual, no es fácil distinguirlo. Aun después de haberlo visto, a nadie, que no sea un cazador experto, le ocurrirá que pueda ser un animal viviente, sino alguna fruta voluminosa que pende de la rama, ya muerta.

Esta estratagema de fingirse muerto salva de numerosos peligros al cuscús. Otros muchos animales recurren al mismo artificio. Algunos pájaros y arañas lo ponen frecuentemente en práctica. Pero el ejemplo más notable de todos nos lo suministra la sarigüeya, u opóssum, otro animal que lleva también sus hijos en un saco. La sarigüeya, que habita el continente americano, desde los Estados Unidos a la Argentina, es un animal temible por su gran voracidad. Ataca a toda suerte de animales pequeños y, no satisfecha con este, algunas de sus especies destruyen gran número de conejos y gallinas devorando también los cereales y frutos de las granjas, por lo que no es de extrañar que se las persiga y cace con gran encarnizamiento.