Cómo lo que aprenden los animalitos les sirve en su edad adulta


Todos hemos visto a los corderos juguetear en medio de los campos; pero ofrecen aún mayor atractivo en las regiones montañosas, donde brincan por las rocas como pelotas de goma. Acaso no se nos ocurra que, al entregarse a esos juegos, mientras las ovejas siguen paciendo tranquilamente, se están ejercitando para cuando llegue el día en que habrán de trabar con los demás carneros unas peleas mortales. Los terneros, por su parte, no son nunca muy juguetones; pero necesitan aprender ciertas cosas, en una forma o en otra, pues, por ejemplo, en los campos hay muchas malas hierbas que no conviene comer. Un tigre cachorro arrojaría al punto cualquier cuerpo venenoso que hubiese tragado inadvertidamente; pero el ternero tiene el estómago formado por cuatro partes, no siéndole, por tanto, tan fácil expulsar los alimentos, y es preciso que ande con cuidado o que su madre lo vigile para evitar que llegue a comer pastos que le puedan causar algún daño.

Los animales salvajes no se envenenan, por lo regular, con la misma facilidad que los animales domésticos; pero no por eso dejan de correr peligros. Un camello pequeño nacido en cautividad, por ejemplo, a pesar de su corta edad, sabría probablemente evitar las hierbas ponzoñosas si lo soltasen en un desierto. Esto, sin embargo, dependería de que la región en que lo dejasen en libertad sea la misma en que vivían sus padres cuando se hallaban en estado salvaje. Nos consta, efectivamente, que los camellos introducidos en ciertos países de África se morían en gran número a consecuencia de haber comido unas hierbas dañosas de que se abstienen seguramente los camellos africanos. La principal preocupación del rinoceronte joven es no ahogarse en el agua cuando sus padres lo llevan a beber, ni perecer de igual modo dentro del fango en que suele revolcarse. Es necesario, además, que aprenda a seguir el camino más conveniente para ir y venir de su guarida entre los juncales, después de tomado el baño y de saciada la sed; pues con frecuencia son los pequeñuelos los que abren la marcha al efectuarse esas expediciones. Y falta todavía que aprenda otra cosa: conocer, por medio del olfato, si se hallan cerca hombres o animales; y realmente, el rinoceronte puede advertir la presencia de un hombre a una distancia de varios centenares de metros, no por el ruido que éste produzca, sino solamente por el olor.