De qué manera espantan las águilas a las manadas de tímidos ciervos para apoderarse de su presa


Si este plan no le sale bien, recurre el águila a una estratagema notable.

Se pone a revolotear por encima de una manada, y de este modo siembra el espanto en los ciervos, los cuales parten veloces en todas direcciones; y, cuando los ve atascados en alguna senda estrecha al borde de un precipicio, arrójase sobre el último y le hunde las garras en el lomo, con lo cual el pobre animal, enloquecido de terror, trata de zafarse de su enemigo y por lo general se despeña, matándose y procurándole al águila un suculento festín, casi sin ningún trabajo. Esto es precisamente lo que el águila desea, y por eso efectúa el ataque cuando se hallan los ciervos en lugar tan peligroso.

La única escapatoria que tiene el ciervo cuando se ve acosado de esta suerte es precipitarse en alguna estrecha quebrada de las rocas, pues el águila, debido a la enormidad del tamaño de sus alas, no puede volar en un espacio tan estrecho ni se aventura tampoco a internarse andando en él; mas no se crea que por eso renuncia a su presa.

Sir Carlos Mordaunt presenció un notable espectáculo, en la selva de Glen Feshie, que nos da a conocer los procedimientos de que el águila se vale para cazar. Un día que estaba persiguiendo a una manada de ciervos, vio a través de sus gemelos que cundía de improviso el espanto entre los animales. Llamóle esto la atención, pues no podía ser él la causa, toda vez que se hallaba muy distante; pero no tardó en descubrir que, de repente, se precipitaba un águila sobre uno de los cervatillos. Su plan era separarlo del resto del rebaño, a fin de que no pudiera ser socorrido por los otros ciervos; por eso no lo atacó con las garras ni el pico, sino que se limitó a golpearlo con las coyunturas centrales de sus vigorosas alas. Varias veces pareció renunciar a su idea, por considerarla imposible, pues se elevó en el aire como si se fuese a alejar; pero de nuevo volvía a su tarea con redoblado furor, hasta que logró, por fin, separar al cervatillo del resto del rebaño, y le dio muerte. Y de este modo, nuestro hombre, que había ido a cazar un ciervo, provisto de una excelente escopeta, vio, con gran asombro, que un cazador aéreo le arrebataba su presa.