De cómo se escapó de Westminster un águila y después atraída a su jaula


Cuando el águila no encuentra caza come otras muchas cosas. Cierto estudiante inglés, aficionado a observar las costumbres de los animales, tenía en Oxford un águila marina encerrada en su casa; y, como oyese a medianoche una gran algarabía, vio que el ave se estaba comiendo un erizo con huesos, púas y todo. Otro día trató de comerse un perro, y más tarde estuvo a punto de celebrar un festín con un mono que constituía las delicias de su amo. Varios gatos y conejillos de Indias y un grajo domesticado fueron víctimas de la voracidad de esta ave.

Cuando el estudiante abandonó la Universidad, llevóse el águila a Londres y la encerró en la casa de su padre, el deán de Westminster. Un día logró escaparse. Aleteando y agarrándose a la pared con las uñas, ganó, al fin, el alero del tejado. Al principio vacilaba; pero, cuando se vio en campo libre, remontó el vuelo como en sus mejores tiempos. Recuperó su antiguo vigor; y los ojos de los habitantes de Londres volviéronse hacia el punto del cielo donde el noble animal se cernía. Todo el día estuvo ausente, y nadie, a excepción de su dueño, abrigaba la menor esperanza de volverlo a ver otra vez. Pero el último sabía cuan admirable es la vista de las águilas, y ató un pollo a la extremidad de un palo dentro del patio de donde el ave habíase escapado; y, al rayar el crepúsculo, oyó el rudo batir de grandes alas. Luego, con gran alegría, vio descender de las nubes al águila. Cerniéndose sobre Londres, había descubierto la presencia del pollo, y como una flecha se arrojó, dispuesta a apoderarse de él, al patio que hasta entonces había sido su mansión; mientras el águila se hallaba entretenida en devorar su presa, echóle su amo un paño por encima de la cabeza y se apoderó de ella, regalándosela después al parque zoológico de la ciudad.