La reina se corta las alas después del vuelo nupcial y se queda en su casa para siempre

Un día de verano, sereno y caluroso, la colonia se apronta para festejar el mayor acontecimiento del año. Salen en cortejo las obreras y, tras ellas, las formas aladas sexuales. Es el día de bodas. Reinas y machos emprenden el vuelo hacia el sol, a celebrar sus esponsales en pleno azul.

Los deberes de la reina como tal comienzan al retorno de su primero y último vuelo, de su vuelo nupcial. Al bajar a tierra se arranca las alas, o se las rompe descuidadamente al escarbar el suelo con sus patas y boca. En adelante caminará como las obreras, y debe empezar a poner huevos en una colonia ya existente o fundar una nueva.

Suerte bien distinta corre el pobre macho: el día de su boda y el de su muerte coinciden. Si en el aire no lo devora un pájaro o en tierra no lo atrapa una araña, a su regreso no recibirá ayuda de las obreras, que lo consideran como un ser inútil ya, ni podrá entrar en su casa; solitario y decrépito, vagará hasta morir, si tuvo fuerzas para resistir tanto, cuando se apaguen las luces del crepúsculo.