Un cerdo salvaje que da curiosos saltos mortales para sorprender a su enemigo


Un cerdo salvaje, llamado facoquero, se vale de cierta estratagema para defenderse de sus enemigos. Vive en un agujero, que practica en la tierra, y sabe perfectamente que, si algún enemigo se propone atacarle, le aguardará en la boca de su madriguera, para arrojarse sobre él en cuanto salga.

Para evitarlo, nunca abandona la cueva directamente, sino que corre hacia la boca, sale, y salta de improviso, dando un verdadero salto mortal, yendo a caer sobre el montículo que forma la madriguera. Esta maniobra sorprende a su enemigo y permite al facoquero iniciar el ataque.

Este cerdo debe su nombre (que significa " cerdo verrugoso ", del griego facos, verruga, y koiros, cerdo) al hecho de tener el hocico lleno de protuberancias de naturaleza córnea, que parecen verrugas.

Algunos cerdos mansos poseen colmillos, con los cuales pueden infligir graves heridas cuando están exasperados. El más curioso de todos los cerdos silvestres es el babirusa, cuyas piernas recuerdan las del ciervo. Su piel es mucho más fina que la de otros cerdos; y tiene cuatro colmillos, dos de los cuales arrancan de la mandíbula superior, y se doblan hacia atrás, sobre la frente. Los pueblos orientales no comen carne de cerdo, ni tampoco los judíos. En África, los indígenas, que no comen la carne del cerdo domesticado, aprecian mucho la del silvestre.

La carne del cerdo se sala para convertirla en tocino y jamón; con su grasa se hace manteca; sus pieles, curtidas, se emplean en la construcción de sillas de montar, y con sus cerdas se fabrican cepillos y otros objetos.

Hay otros muchos animales que contribuyen a vestirnos y alimentarnos. Todos sabemos que la carne de la liebre y del conejo es buena para comer, y que sus pieles se utilizan para abrigo, hasta el punto de que, a veces, comerciantes poco escrupulosos, las hacen pasar por pieles de animales más preciados.

Las liebres viven en los campos cultivados, y tienen numerosos enemigos.