LOS HOMBRES QUE DIERON A CONOCER EL MUNDO


Se os habrá ocurrido alguna vez, al mirar por el cristal de una ventana, que antiguamente no se conocía el vidrio en el mundo. Pues así os, sin embargo. Pero vino un tiempo en que alguien extrajo de la tierra cierta sustancia, mezclóla con otras y fabricó un producto duro, homogéneo y transparente, que, al dar paso a la luz, permitía ver los objetos por entre su masa. ¿Quién fue este inventor? No lo sabemos. Pensemos, sin embargo, cuánto debemos agradecerle, mientras contemplamos el paisaje por los vidrios de nuestra ventana. No olvidemos tampoco que nunca podremos pagar lo mucho que debemos a los que nos han precedido en la vida, a los que escribieron libros y pintaron cuadros, a los que inventaron la máquina de vapor y el ferrocarril, a los que descubrieron la electricidad que alumbra nuestras viviendas, a los que han construido los caminos, a los que nos suministraron los útiles de que nos servimos en nuestro trabajo, a los médicos que han descubierto los secretos de la salud, a los viajeros que hallaron nuevos países, a todos los que han consagrado sus vidas a ensanchar el círculo de nuestros conocimientos.

Los hombres del siglo xx, acostumbrados como estamos a vivir rodeados de comodidades de toda clase, no reparamos ya en que diariamente gozamos y utilizamos cosas que constituyen verdaderas maravillas, productos del espíritu, de la inteligencia y de la imaginación humanas.

Ahora, por medio de la radiotelefonía, la televisión y el cinematógrafo, tenemos en nuestros hogares las voces y las imágenes de gente que vive en lugares remotos, a varios miles de kilómetros de distancia, y cuya existencia nunca hubiéramos sospechado de no haber sido por estas espléndidas invenciones, que constituyen hoy el pasatiempo corriente del mundo moderno y son, a la vez, medios valiosos para la difusión de conocimientos.

En la actualidad cualquier niño sabe, porque lo ha leído o lo ha visto en el cinematógrafo, que las características geográficas de las regiones desérticas son diferentes de las de la selva, el valle o la montaña; sabe que los rasgos antropológicos de un asiático son completamente distintos de los de un europeo; en fin, hoy pódenlos ir a las bibliotecas y leer en los libros que llenan las estanterías, acerca de otros mundos y de otras razas, de todos los productos animales, vegetales, minerales o artificiales que encierra el orbe, y, cuando la palabra escrita no alcanza a darnos una idea bien clara y precisa, podemos recurrir al dibujo o a la fotografía.

Todos éstos son medios de información sumamente accesibles, pero el hombre no los conoció desde siempre, sino que su inteligencia lo ha llevado poco a poco a descubrirlos o a inventarlos y a utilizarlos.

La historia de la humanidad es muy larga. Durante los primeros siglos de su vida, algunas agrupaciones humanas desconocieron por completo la existencia de otras regiones habitadas y de otras razas. Los primeros grupos humanos ya organizados que conocemos se instalaron en el valle del Nilo, en el ángulo nordeste de África, y a orillas de los ríos Tigris y Eufrates, en Asia occidental, y luego en Persia, India y China. En estas dos últimas regiones constituyeron centros cerrados, cuya existencia fue desconocida para los europeos durante centenares de años. Igualmente América, enorme continente de más de 42.000.000 de km2 de extensión, fue totalmente desconocida para los europeos hasta el año 1492, es decir que durante muchísimos siglos ellos nada supieron de los aztecas, los incas, los mayas, los araucanos, los guaraníes, y todos éstos ignoraban, a su vez, la existencia de los “hombres blancos”.

Así como los distintos grupos humanos desconocieron recíprocamente su existencia sobre la superficie del globo, también ignoraron el grado de evolución a que cada uno había llegado, y nada supieron de los climas y productos de las diferentes regiones de la Tierra.

Esta ignorancia recíproca en que permanecieron durante muchos siglos las distintas comunidades humanas, se debió principalmente a que, cuando cada una de ellas encontraba tierras más o menos fértiles, en las cuales poder sembrar y apacentar sus ganados, se instalaba allí, iniciando una vida sedentaria, pues, por otra parte, las montañas, los ríos y los mares eran grandes obstáculos para las comunicaciones. Vencidas las vallas naturales que ofrecían los continentes a las relaciones entre los hombres, algunos pueblos se atrevieron a realizar incursiones en el mar; tal es el caso de los fenicios, pueblo que aparece en la Historia en época remotísima, por el año 2700 antes de nuestra era.