Dos filósofos cortesanos, cuya filosofía floreció en la desgracia


Hay hombres que no expresaron lo mejor de sus ideas ni dieron la verdadera medida de su personalidad hasta el día en que la desgracia sacudió sus vidas, acrisolando su contradicción interna. Tales son las figuras de un Séneca (4 a. d. C.-65), en la antigüedad romana, y un Francisco Bacon (1561-1626), en la corte inglesa de Jacobo I.

Séneca pertenece a la Roma Imperial, dominada por la intriga, el ansia de poder y el afán de riquezas. Venido de España, su tierra natal, logró introducirse, gracias a su talento natural, entre los círculos privilegiados y el cenáculo palaciego. Nombrado preceptor de Nerón, trató de inclinar el ánimo de su cruel y orgulloso discípulo hacia el bien y la moderación; pero, al mismo tiempo, convertido en amo político de Roma, se mezcló y contaminó en las intrigas romanas y reunió, no siempre por medios lícitos, una cuantiosa fortuna. ¿Será esta contradición de su carácter la que impidió a su pupilo sacar provecho de su enseñanza? Ciertamente a ella debe su desgracia. Nerón, llegado al poder, desconfió de Séneca, lo desterró primero, y más tarde lo condenó a morir, permitiéndole, únicamente, elegir el género de su propia muerte.

Francisco Bacon fue el niño mimado de la corte inglesa. Gracias a sus numerosas y selectas relaciones aristocráticas, consiguió alcanzar las más altas dignidades en la carrera de los honores públicos, hasta ser elegido presidente de la Cámara de los Pares y Canciller del Reino. Pero he aquí que Bacon, acuciado por necesidades y deudas, se avino a cometer actos irregulares. Acusado de haberse dejado sobornar en la administración de la justicia, fue recluido en la Torre de Londres, condenado a una fuerte multa y entregado a la justicia del Rey. Inhabilitado como hombre de honor, no sólo perdió Bacon la confianza de la Corte, sino también la de sus amigos. Bacon, como hiciera antes Séneca, para consolar su caída se refugió en la filosofía. Debemos, pues, a la desgracia lo más noble que nos han dejado estos dos hombres. De Séneca recordamos las enseñanzas morales, características de su filosofía; Bacon pasará a la posteridad por el énfasis con que subrayó la necesidad de la inducción, que lo supedita todo a la investigación y al experimento.