La semejanza y la disparidad de tres pensadores imperecederos


Estos tres hombres: Aristóteles, Santo Tomás y Kant pertenecen a épocas muy distanciadas la una de la otra, y desarrollaron filosofías cuyos caminos son, muchas veces, divergentes y aun opuestos. Pero tienen algo en común: de los tres puede decirse que el orden es la característica de su modo de pensar, el razonamiento discursivo el instrumento de su exposición, y la unidad del sistema la nota distintiva de la obra que crearon. Si otros autores dominan la intuición y el análisis vivencial, nadie ha sobrepasado la lógica y la arquitectura de los sistemas aristotélico, tomista y kantiano. A este carácter abstracto débese quizás, el esfuerzo sobrehumano de los tres, no siempre coronado por el éxito, para transvasar en términos estáticos e imágenes espaciales la movilidad y el nacimiento, perpetuamente original, del dinamismo. Si sus sistemas no son estáticos, se resienten ante la inadecuación del instrumento con que han pretendido apresar el movimiento. No serán ellos, ciertamente, filósofos de la intimidad como lo son un Platón o un Agustín en el pasado, y un Blondel o un Bergson entre los modernos. Pero de ellos es el campo de las vastas construcciones y suyo el dominio de las esencias.

Por lo demás, si los une el parentesco de los problemas que tratan, los separan las soluciones a que arriban. Aristóteles y Tomás, entre el conocer y el ser, eligen la supremacía del ser. Kant, en cambio, opta por el conocer, y es el padre del idealismo moderno.