Don Andrés Bello, polígrafo, humanista y pedagogo


Transcurrían los últimos años del siglo xviii y lo que hoy se llama la República de Venezuela era aún una provincia americana del imperio español. Hasta bastante tarde, los niños se entretenían en la plaza dedicados a sus juegos. Uno de esos niños, se llamaba Andrés. Y cuando Andrés regresaba a su casa, le complacía mucho oír a su padre, don Bartolomé, que cantaba, acompañándose con la guitarra, alguna vieja canción.

Pero otras veces, mientras esperaba en la plaza a sus compañeros de juego, Andrés se entretenía mirando por las ventanas abiertas del convento a un fraile que consultaba inmensos libros encuadernados en pergamino. El niño no sabía leer todavía, pero imaginaba que los libros debían ser muy entretenidos. Y un día entró tímidamente de puntillas en la biblioteca y se acercó al sacerdote. Éste se llamaba Cristóbal de Quesada y tenía fama de ser uno de los hombres más cultos de Venezuela.

El fraile complacido, le mostró hermosos tomos con grabados en madera. Al regresar a su casa, Andrés solicitó a sus padres que confiasen su educación a fray Cristóbal. Y a partir de entonces, Andrés, cada tarde, a la sombra de los árboles del convento, aprendía los nombres de las estrellas, el idioma latino, y la historia de las antiguas poblaciones indígenas que ocuparon el solar americano.

Quien así aprendía, ante la solícita mirada de tan notable educador, era don Andrés Bello, la personalidad continental más vigorosa de su tiempo en el campo de la cultura. Enviado por la Junta Revolucionaria de Caracas a Londres con Bolívar y López Méndez, en 1810, permaneció en la capital inglesa diecinueve años. Allí trabajó por la independencia americana, pasó hambre y miseria, y preparó materiales para sus estudios como el del Poema del Cid, y publicó revistas como La Biblioteca Americana y El Repertorio Americano.

Llamado por el gobierno chileno en 1829, Bello transformó a Chile desde e) punto de vista intelectual. A él se debe el impulso de la instrucción pública, la fundación de la Universidad de Chile, de la que fue primer rector, y la formación a través de su enseñanza personal y de sus escritos, de una pléyade brillante de personalidades políticas y literarias. Su Gramática de la lengua castellana, por la que mereció ser nombrado miembro honorario de la Real Academia Española, es todavía un apreciado manual de enseñanza y un código del bien decir.