Existencialismo, mística, poesía y realismo en notables piezas de teatro


Varios escritores de relieve han sido atraídos por la escena y se han expresado al gran público haciendo hablar a sus personajes con sus propias ideas y opiniones.

Así Jean Paul Sartre filósofo y literato francés que llevó a sus piezas dramáticas el aliento y las preocupaciones de su pensamiento filósofo y la honda angustia del existencialismo con Las manos sucias, Muertos sin sepultura, El diablo y el buen Dios, La mujerzuela respetuosa.

Albert Camus aportó a esta corriente contemporánea, con reconocido talento, su intencionado Calígula y El estado de sitio, que junto con sus difundidas novelas: La peste y El extranjero le significaron el reconocimiento del premio Nobel en 1958.

Henri de Montherlant es un delicado cincelador de la prosa en sus novelas y poesías, también del diálogo teatral como lo prueba en sus obras La reina muerta y La ciudad cuyo príncipe es un niño.

Paul Claudel, en obras que suman a su concepción realista y simbolista, la sencillez y a veces la complejidad, pero siempre rodeadas de un misticismo fervoroso, La anunciación hecha a María, Juana de Arco en la hoguera, El padre humillado, El pan duro, actualiza el antiguo misterio del espíritu medieval.

Su antípoda, Jean Cocteau, el autor de Opio, es el más complejo arquetipo del nuevo espíritu francés. Siempre insatisfecho, tanto el teatro como el cine le deben aportes creadores a sus incursiones estéticas: Antígona, Reinaldo y Armida, Edipo Rey, La voz humana, El águila de dos cabezas. Cocteau busca constantemente nuevas posiciones estéticas.

Jean Giraudoux, maestro del estilo impresionista, deslumbra con sus apariencias de frivolidad y fantasía caprichosa, y así recrea en Ondina, Amphithryon 38 y Siegjried la realidad humana y social que presenta la vida moderna.

Sin olvidarse de sus grandes triunfos en la novela y el periodismo, Frangois Mauriac ha obtenido grandes éxitos en el teatro con obras como Las mal amadas, El fuego sobre la tierra, El país sin caminos.

En el llamado teatro de boulevard sobresalieron, Sacha Guitry, por sus comedias amenas, reideras pero superficiales e intrascendentes y Marcel Pagnol, de mayor jerarquía, cuyas comedias Los mercaderes de la gloria, Jazz y Topacio significaron una dura sátira -donde lo sentimental se alia con lo humorístico-, para denunciar el poder corruptor que sobre los hombres tiene el dinero.

Debemos referirnos a hombres que como directores, artistas, adaptadores, lograron hacer -bien representando dramas y comedias extranjeras y francesas de la más alta calidad literaria, o bien creando nuevos estilos en el juego interpretativo- una incisiva renovación de la técnica teatral y de la escenografía, un teatro revolucionario y de vanguardia.

Jacques Copeau realizó sus experiencias en el teatro Vieux Colombier, Charles Dullin en L'Atelier, Lugne-Poé en L'Oeuvre, Gastón Baty en La Chimére, Louis Jouvet en la Comedie des Champs Elysées y Athénée, Georges y Ludmilla Pitóev en el Théátre des Arts, Mathurins, Marcel Herrand y Jean Marchat en el Rideau de París y Jean Louis Barrault en el Atelier y Comedie Francaise.