Andalucía, refulgente joya de la naturaleza, es la patria del color y la alegría


Bajo la luminosa égida del sol meridional, y bañadas sus costas a una por las aguas del Atlántico y del Mediterráneo, se extiende el suelo de Andalucía, al que la antigüedad consideró como versión terrenal de los Campos Elíseos.

Valles extendidos, verdes colinas, nevadas cumbres, campos ubérrimos, vegas pobladas de huertos y jardines, dan a la tierra andaluza todas las posibilidades para que sus hijos gocen plenamente la alegría de vivir que da el trabajo fructífero y el ambiente acogedor; estas circunstancias se reflejan intensamente en el espíritu de los andaluces, en sus danzas y en sus canciones, así como en las múltiples manifestaciones artísticas a las que se sienten impulsados, diríase, por imperativos de raza.

Tierra de las flores, lo es también del laboreo agrícola y de la industria, que aprovecha la abundancia de metales del subsuelo: plomo y plata en Almería; cobre en Río Tinto; hierro y antimonio en varios sitios. También se dan los mármoles, las piedras para construcción y las salinas.

La agricultura produce abundantes frutos, entre los cuales el mundo aprecia en especial sus olivos y sus vides, que dan, respectivamente, aceites y vinos del más exquisito paladar; entre los últimos, los provenientes de Jerez de la Frontera no tienen rival.

Las ciudades de Andalucía son otros tantos poemas de luz, de color y de vida: Sevilla, Granada, Córdoba, Málaga y Cádiz entre las principales, y centenares de pequeños poblados que brotan aquí y allá, diseminados por llanos y colinas.

Sevilla es la más extensa y poblada: muestras arquitectónicas de la más variada procedencia conjugan armónicamente con sus innumerables jardines, y dicen de tiempos idos, algunos muy remotos, cuales los vividos por la ciudad con el nombre de Hispalis, allá por los días en que el águila romana extendía sus alas sobre el Mediterráneo; o de la Isbalia de los muslimes, inmortalizada para siempre gracias a dos monumentos de imperecedera gloria: el Alcázar y la Giralda. El Alcázar de Sevilla es tal vez uno de los conjuntos arquitectónicos más armónicos del mundo, a tal punto que cabe concebirlo como la materialización de un ensueño más que como resultado de estimaciones y cálculos matemáticos; sus jardines, sus fuentes y sus muros cuajados de multicolores filigranas de cerámica nos llevan a un mundo distinto y maravilloso.

La torre de la Giralda es probablemente la más famosa de las construcciones sevillanas; su airosa estampa ha sido reproducida millares de veces en multitud de imágenes difundidas por todos los rincones del mundo. Se diría que la Giralda es el símbolo de Sevilla, aun cuando el Alcázar la supera en imponencia.

Entre los barrios sevillanos, es el de Triana el que apunta con características más notables y singulares; la copla gitana resuena en sus calles; las flores enbalsaman y pintan balcones y rejas; las calles estrechas y las paredes blanqueadas de las casas centenarias rezuman un hálito poético inolvidable, tanto para los nativos de Sevilla que han emigrado, cuanto para los viajeros que pasaron gratas horas en tan hermosa tierra.

Nombrar a Granada es mencionar el corazón del último reino moro que subsistió en España, y una de las joyas de la arquitectura árabe: la Aihambra maravillosa.

La ciudad se alza en plena vega, casi al pie de la Sierra Nevada, cuyos picachos pueden verse en la lejanía, pues la atmósfera es límpida y pura.

Numerosas son las edificaciones notables existentes en Granada, aparte de la mencionada Aihambra: el Generalife, las Torres Bermejas, minaretes y torretas entre las provenientes de la edad musulmana de la ciudad; las construcciones más modernas también revisten carácter monumental y artístico, en un esfuerzo edilicio por conservar el estilo arquitectónico que distingue a Granada entre las ciudades de España.

Sus principales barrios son el Albaicín y la Antequeruela; el Albaicín es el más antiguo, y conserva muchos de sus trazos moriscos; se extiende como en un anfiteatro rodeado por colinas, separado de la Aihambra por el torrente del Darro. Actualmente es un barrio humilde, en el cual residen los gitanos, muchos de los cuales ocupan aún las famosas “cuevas” que existen en los alrededores, pero antes del siglo xvi era la zona residencial de la aristocracia; algunos segmentos de la antigua muralla surgen aquí y allá en el barrio del Albaicín, cruzando callejuelas tan estrechas como tortuosas.

La Aihambra es un palacio construido por los príncipes moros de la dinastía nazarí durante el siglo xiii; su nombre probablemente deriva de la voz árabe alhamra, cuyo significado es “la casa roja”. La colina sobre la cual fue erigido está fortificada con muralla y torres de ladrillos; los edificios del palacio consisten en recintos cuadrangulares abiertos, de los cuales el más notable es el Patio de los Leones. Aunque el exterior del palacio impone por su austeridad, los interiores son suntuosos; bosques de columnas de mármol, arcadas pomposas, muros decorados y modelados en multicolores trazos al bajo relieve, domos trabajados en estalactitas o en maderas talladas, rivalizan en esplendor con escenas de caballería y caza pintadas en la Torre de las Damas y en las celdas de la llamada Sala del Tribunal. El agua es utilizada pródigamente como elemento decorativo, y cae a raudales de las fauces de leones de mármol, en mil y una fuentes, especialmente en la Alberca. El aire y la luz penetran libremente en todos los rincones.

Córdoba fue el centro de cultura del mundo árabe durante varios siglos, desde el ix al XIII; allí se tradujeron al árabe las obras de los grandes autores de la Grecia clásica, y de esa manera se conservaron para la posteridad. El edificio más notable de la ciudad es la Mezquita, fundada en 786 por Abderramán; llegó a contar con mil cuatrocientos dieciocho columnas, y hoy, aunque en el curso de los siglos se la ha modificado -y afeado-, ejerce aún notable atracción por su arquitectura, única en su género.

Córdoba es un verdadero catálogo de antigüedades: en sus calles se alinean edificios de toda época, cuyo admirado recorrido nos llevaría, si tuviéramos la fortuna de poder visitarlos, varios días placenteros.

Málaga y Cádiz son otras dos plazas de Andalucía cuya mención no podemos pasar por alto; en la primera se alza la catedral, con su torre de casi 100 metros de alto, y la Alcazaba, construcción anterior al dominio moro. Cádiz, la Gadex de los romanos, fue fundada por los fenicios y desde entonces constituyó la vía de salida al océano Atlántico de toda la producción de la Botica.