LOS PUEBLOS DEL DESIERTO


Una dilatada y árida extensión de arena roja, gris o blanca, salpicada aquí y allá por oasis de vegetación y frescas aguas, y a trechos cubierta de piedras y roca es el panorama que se desarrolla en la imaginación o en la memoria a la simple mención de la palabra desierto. La mente vuela inmediatamente a Arabia, la tierra típica e histórica de la desolación, o al Sahara africano, porque estas dos legendarias regiones han sido, entre todas, las representantes genuinas de las extrañas y maravillosas fases del desierto.

Pero los grandes desiertos son más variados y vastos de lo que nos imaginamos. Muchas son las regiones de la Tierra que están completamente despobladas, principalmente por falta de lluvia; esta causa es la que explica la existencia del gran Sahara, en el norte de África, el cual a partir del cabo Nun se extiende por el continente hasta las márgenes del Nilo. para formar luego, al oeste de dicho río, el desierto de Libia.

El más extenso de todos los desiertos asiáticos es el desierto mongol de Gobi. También América, en las quebradas de Bolivia, costas del Perú, llanos de Venezuela, en las sabanas de Colombia. la meseta Patagónica y en el estado de Arizona (EE.UU.),y Oceanía. en el interior de Australia. tiene muchas regiones áridas y despobladas.

Ello no obstante, los desiertos arábigos y africanos ejercerán siempre la más fascinadora influencia en la imaginación de las naciones civilizadas. Figurémonos, por ejemplo, los caminos que utilizan las diversas tribus de la gran raza arábiga. Divídense comúnmente estos árabes en dos clases: los que habitan ciudades, situadas en los límites del desierto o en el interior de espantosas soledades, y los que vagan constantemente de una parte a otra. Ahora bien, estos últimos, los beduinos nómadas, son los más interesantes. Su vida es austera, pero al mismo tiempo saludable; y contribuyen a hacerla feliz la absoluta libertad, el disfrute del aire puro del desierto y la comunicación sin trabas con la Naturaleza. Estas tribus están constantemente en guerra unas con otras y desconocen por entero la existencia estable y fija en un punto, a que estamos acostumbrados en los países civilizados. Poseen magníficos caballos y montados en sus corceles, por lo regular blancos como la nieve, ofrecen un soberbio espectáculo, sobre todo cuando se los contempla en algunos de los pintorescos juegos que constituyen su más agradable diversión, ya conduciendo al galope o a la carrera los briosos animales, ya ejecutando, por puro pasatiempo, ejercicios guerreros a los cuales, como es natural, son muy aficionados.

Saben los árabes adiestrar de tal modo los caballos, que éstos rara vez necesitan de freno, pues el que ordinariamente utilizan viene a ser como las riendas que empleamos nosotros. El caballo del desierto parece entender a su amo, y obedece su voluntad a un simple toque o movimiento.