La conquista del polo por el aire


El progreso de la aeronáutica despertó en los exploradores la idea de llegar al polo en vuelo, y evitar así las penosas marchas a través de los campos helados. En el año 1926, un viejo conocedor de las regiones árticas, Roald Amundsen, preparó conjuntamente con el general italiano Nobile -constructor del dirigible Norge- una expedición cuyo fin era sobrevolar y de ser posible, aterrizar en el mismo Polo. Divergencias de último momento, surgidas entre los promotores del viaje, hicieron que Amundsen abandonara el proyecto.

Dos años después, en 1928, el general Nobile emprendió la aventura con el dirigible Italia. La aeronave partió de Roma y enfiló directamente hacía la Bahía del Rey, para alcanzar desde allí Alaska, después de haber cruzado el Polo. Las dificultades atmosféricas y fallas en los motores del dirigible hicieron que éste quedara a merced de los vientos para estrellarse, finalmente, en las regiones árticas. Amundsen, solidario con todos los hombres que desafiaban el "desierto blanco", partió en ayuda de los náufragos del Italia. El 18 de junio de 1928 salió de Tromsoe en el avión Latham, que piloteaba el comandante francés Guilbaud, sin que hasta el presente se haya vuelto a saber del intrépido explorador y de su compañero. Finalmente, los sobrevivientes del Italia, entre ellos Nobile, fueron rescatados por el rompehielos soviético Krassin.

En el mismo año de 1926, cuando fracasó la expedición del Norge, el marino norteamericano Richard Evelyn Byrd, acompañado por el piloto Floyd Bennet, voló en un avión trimotor y con toda felicidad sobre el Polo Norte. Desde entonces se impuso la superioridad de los aviones sobre los dirigibles para esta clase de empresas, y últimamente, en el transcurso de la segunda guerra mundial, las autoridades norteamericanas y soviéticas ordenaron varios vuelos con el objeto de estudiar las condiciones para establecer una ruta aérea normal sobre el Polo y acortar así los viajes entre ambos países.

Tampoco fue abandonado el viejo medio de alcanzar las barreras árticas navegando, y la última tentativa fue realizada por el explorador australiano George Huber Wilkins, que utilizó un submarino bautizado Nautilus en recuerdo de la nave similar descripta por Julio Verne. Wilkins esperaba sortear de este modo los inconvenientes que derivan de la congelación de la superficie de los mares polares. La expedición, cuya organización y fracaso relata Wilkins en su libro "Bajo el Polo Norte" (1931), dejó numerosas enseñanzas para futuras tentativas.