En el otro extremo del eje terrestre


Hasta el siglo XVII se creyó que unido con la Tierra del Fuego, se extendía un dilatado continente meridional, que llegaba hasta Australia. Muchos fueron los aventureros que costearon este imaginario continente siguiendo poco más o menos la línea que en nuestros mapas actuales señala el circulo antártico. Desde Magallanes, que reconoció la unión del Atlántico con el Pacífico, hasta Amundsen, que plantó su gallardete en el Polo Sur, se han realizado numerosas exploraciones. Cook fijó los límites de la región antártica; Ross descubrió en 1841 el país montañoso de Tierra Victoria, y dio a dos volcanes allí existentes el nombre de sus barcos: Erebus y Terror; Gerlache y Stroobants demostraron la inexistencia de las tierras señaladas hasta entonces en los mapas.

Sin embargo, las verdaderas tentativas para llegar al Polo Sur comenzaron en nuestro siglo, en el que, desde 1901, se redobló el esfuerzo de los más eminentes exploradores. Así, Robert F. Scott, atravesó el antártico en el año inicial de la centuria, y meses más tarde Scott, después de una marcha inimaginable, fue a levantar su tienda de campaña más allá del grado 82 de latitud sur. Era el hombre que se había aproximado más al extremo del mundo. En enero de 1909, Shackleton, inglés como él, se vio detenido por el hambre a sólo 179 kilómetros del Polo Sur. Agotadas las provisiones, matados los caballos para alimentar a los perros y a los propios exploradores, se vio impedido de continuar la marcha. En ese momento un saco más de provisiones hubiera hecho posible el descubrimiento del Polo.