Un reinado glorioso y brillante: el del príncipe don Dionisio


Brillantísimo, como ningún otro de los anteriores, fue el reinado de don Dionisio (Diniz, en portugués), el Liberal, el Padre de la patria, y poeta inspiradísimo (1279-1325). Casó con la hija de don Pedro III de Aragón, doña Isabel, venerada después en los altares, y dedicó todo su afán a la prosperidad de su pueblo, y fundó la famosa universidad de Coimbra.

No se libró, con todo, de ser excomulgado, por empeñarse, como sus antecesores, en limitar la jurisdicción y las propiedades del clero. Don Dionisio acudió entonces a las Cortes para que el brazo eclesiástico expusiera sus agravios; los prelados presentaron un memorial que comprendía cuarenta y dos puntos; a todo satisfizo el rey y así pudo restablecerse la buena armonía con la Iglesia.

Desgraciadamente, hubo de conocer el ilustre rey la mayor de las amarguras, cual fue la rebelión de su hijo Alfonso, por el odio que tenía a su hermano bastardo Alfonso Sánchez y que hacía extensivo a su mismo padre. Larga fue la lucha que luego sostuvo pero su santa madre, doña Isabel, le instó a pedir perdón.

El embellecimiento y prosperidad de Lisboa, debidos a los cuidados del gran monarca don Dionisio, señaló una nueva era en la vida de los nobles, que abandonaron sus castillos para residir en aquella hermosa corte, con gran beneficio de la cultura y de las costumbres.

Decían los portugueses que don Dionisio había hecho todo cuanto había querido: en su tiempo pulióse el idioma; a fin de contener el avance de los médanos que invadían las tierras de Leiria, mandó plantar pinos para fijarles; dio instrucciones para el mejor laboreo de las minas de oro y hierro y, conocedor de que los portugueses eran poco afectos a la existencia sedentaria del labrador, que preferían a la vida pastoril, los trances de la guerra o las aventuras del navegante, llamó a los genoveses para que introdujesen en la marina todos los adelantos conocidos, con lo cual sentó las bases del futuro poderío naval de los lusitanos.

Abolida la orden del Temple, quiso don Dionisio conservar a aquellos caballeros en sus Estados, agradecido por el concurso que habían prestado en la reconquista, pero como se negara a ello el papa Juan XXII, les hizo ingresar con sus bienes en la orden religioso-militar de Cristo, idéntica a la española de Calatrava.