La invasión romana llegó hasta las tierras portuguesas


Conquistada la península Ibérica por los romanos, fue dividida en tres grandes provincias: la Tarraconense, la Bética y la Lusitánica. Comprendía ésta la región occidental y estaba separada de la Tarraconense, al Norte, por el Duero, hasta su confluencia con el Tormes; señalaban sus extremos occidentales Augustóbriga (Braga) y Lisbona, ésta sobre el Tajo, y circunscribíala por el Sur, desde los montes de Toledo al océano, el curso del Guadiana. Abarcaba, pues, la Lusitania todo lo que es hoy Portugal y la Extremadura española, era su capital Emérita Augusta (Mérida).

Cupo a Lusitania el honor de que saliera de su seno el primer caudillo de la independencia española: Viriato.

Anteriormente habían estallado numerosas insurrecciones, pero todas parciales y circunscritas. Repitámoslo: el primer alzamiento ibérico (150-140 antes de Jesucristo) contra Roma fue el que acaudilló Viriato, simple pastor que por sus proezas fue proclamado jefe supremo y recorrió la península de un extremo a otro; con la tosca lanza en una mano y vestido sólo con una piel de cabra, se convirtió en terror de la república del Tíber. Ora sorprendía sus fortalezas, ora copaba sus ejércitos en hábiles emboscadas. Terribles derrotas fueron las que hubieron de sufrir del pastor lusitano los orgullosos generales de Roma: Vetilio, Cayo Plaucio, Cayo Unimano, Cayo Nigidio, Cayo Lelio, Fabio Emiliano, Quinto Serviliano y Servilio Ceoión. Roma, cien veces vencida, no tuvo más remedio que comprar a algunos traidores a peso de oro para librarse del caudillo lusitano; y así fue como murió éste, infamemente asesinado mientras dormía, por tres de sus tenientes, los miserables Aulaco, Ditalco y Mimimuro (140 a. de C). Ya sin Viriato, podía darse por vencida de antemano toda tentativa de independencia española; los que lo habían seguido se sometieron o fueron a proseguir su heroica lucha en Numancia.

Así transcurrieron muchos años hasta que de nuevo resurgió el movimiento independiente en Lusitania, con la presencia de un ilustre romano que alzó allí la bandera insurreccional contra Roma; era el insigne general Sertorio, que huyendo de la sanguinaria dictadura aristocrática de Sila, y partidario acérrimo del demócrata Mario, se había refugiado en Portugal. Sertorio supo atraerse a los lusitanos con sus enardecidas proclamas y sentó residencia en Évora, convertida en la capital marista de la península; sus campañas contra las huestes de Sila eran una continua serie de victorias, hasta que, por fin, Roma apeló otra vez al asesinato, y en el año 73 antes de Jesucristo, Ser-torio caía acribillado a estocadas por los sicarios de su infame teniente Perpenna.