Viaje de un célebre explorador por un país casi desconocido


Sven Hedin permaneció tres meses en su casa-barca, durante los cuales hizo infinitas observaciones sobre el país y trazó un mapa del quebrado curso del río y del paisaje que se ofrecía a su vista. En las orillas del río había una espléndida y frondosa vegetación rara y variadísima.

Mujeres y niños le llevaban melones y otros alimentos vegetales que se cultivaban en el país.

Su vista podía explayarse constantemente en los bosques de corpulentos árboles, cuyas hojas tenían todas las tonalidades del verde otoñal, tristón y melancólico, simulando parajes encantados; solamente el vuelo de los ánades silvestres, que emigraban hacia sus estaciones invernales, interrumpía, en ocasiones, la quietud de aquellos lugares.

Si alguna vez un pastor con su ganado se acercaba por aquellos contornos, pronto huía lleno de pavor al divisar la extraña barca y el aspecto de su tripulante.

Pero también muchas veces el terror hacía presa en el viajero cuando los ojos verdes y penetrantes de los sedientos tigres que llegaban al río a beber, brillaban en la oscuridad, por entre las cañas que, movidas por el viento, parecían lanzar ayes quejumbrosos.