Un país resguardado por murallas que llegan hasta las nubes


El Tíbet es uno de los países más extraordinarios del mundo. Su historia y su actual estado se deben a su singular posición, semejante a una gran fortaleza, cuyas murallas son las altas montañas que lo rodean y que se pierden nevadas entre las nubes.

Durante mucho tiempo fue el Tíbet un país en el que poco influían las guerras y trastornos de Asia Central, Sus primitivos pobladores eran cazadores y pastores; más tarde se dedicaron al cultivo del territorio fertilizado por los ríos y aumentaron su riqueza, como también su instrucción y poder, hasta el punto de constituir un respetable enemigo para China.

Durante este tiempo se efectuó en el Tíbet la invasión y arraigo de la religión de la India, el budismo, que se extendió por todo el país para adquirir en él características propias, que hacen del Tíbet uno de los países más extraños del mundo, por lo menos para nuestro modo de ser y de pensar occidentales.

Los tibetanos son originarios de esa región; el tipo predominante es de estatura mediana, robusto, con facciones marcadamente mongoloides, nariz chata, pómulos salientes, mentón pequeño, cabellos lisos y oscuros, y piel casi dorada; también se ven algunos individuos semejantes a los karen, de Birmania: altos, corpulentos, de magnífica estampa, todos ellos unidos estrechamente por el lazo religioso, el lamaísmo, modificación del budismo con agregados de magia y animismo, que domina de tal manera el espíritu de los hombres del Tíbet que por lo menos una tercera parte de su población masculina vive en monasterios, donde después de singulares y arduos estudios pueden alcanzar la dignidad de lama.

La población del Tíbet se estima en 1.500.000 almas, en su mayor parte dedicada a las labores de la tierra y a la crianza de rebaños; el nomadismo es también una institución tibetana.