La isla de los cipreses perfumados, famosa en la antigüedad


En la parte oriental del Mediterráneo, y próxima a tierras asiáticas, se alza riente y luminosa la bella isla de Chipre, coronada de bosquecillos de cipreses. Por su extensión, 9.251 kilómetros cuadrados, es la tercera en importancia en el Mediterráneo. Su población es también considerable: 550.000 almas.

Fue célebre en otro tiempo por la gran cantidad de ricas ciudades, su poderío naval, la fertilidad de sus campos y la abundancia de sus minas de cobre, unido todo ello a un clima, que era considerado entonces como uno de los mejores de Europa.

Hoy nada queda de aquella pasada grandeza. En vez de extensas ciudades, el viajero no encuentra más que pueblos y aldeas; los puertos sólo poseen barquillas de pesca; las ricas minas están abandonadas, y las campiñas casi desiertas e incultas. Hasta el clima parece haber cambiado, pues actualmente es cálido durante parte del año, y húmedo el resto del tiempo. Tal como antaño, su fecundo suelo produce espontáneamente verdes pastos donde pacen rebaños que, aunque no tan numerosos como en la antigüedad, suministran finas lanas a la Industria, y en los jardines y en torno pe las viviendas brotan plantas delicadas, arbustos aromáticos y flores de las más apreciadas en Oriente.

Importantes hallazgos arqueológicos realizados en las necrópolis de Hagra Paraskevi, Alanba y Calopsida, hacen suponer que Chipre estuvo habitada desde el neolítico. En la Edad del Bronce fue frecuentada por los cretenses; ocupada después por los fenicios/éstos la hicieron una de sus más/florecientes colonias; también llegaron a ella los egipcios, que la llamaron Alaska. Cambises la incorporó al imperio persa, al que perteneció hasta su destrucción por Alejandro Magno. Luego perteneció a los Tolomeos de Egipto, y más tarde fue provincia del Imperio Romano.

Sus riquezas de oro y piedras preciosas, su clima y el culto de Afrodita o Venus le dieron celebridad en la Edad Antigua, época en que gozó de esplendor político. Sus habitantes, los chipriotas, eran marinos afamados, y de los más poderosos de los buenos tiempos de Grecia.

En Chipre, que pasaba por ser una de las regiones más corrompidas del mundo antiguo, predicó San Pablo el cristianismo. Perteneció a Bizancio; pasó luego a poder de los árabes, y, conquistada por los cruzados, se constituyó en ella un reino cristiano que, gobernado por la casa de Lusiñán, duró hasta el año 1489, en que pasó a poder de los venecianos. Ochenta y dos años después, es decir, en 1571, la ocuparon los turcos, quienes la cedieron a Gran Bretaña en 1878. En 1914 ésta se la anexó, y le concedió estatuto de colonia en 1925.

Sin embargo, existió siempre un partido nacional chipriota opuesto a dicha sujeción; su prédica se tornó asaz violenta después de la segunda Guerra Mundial, y en 1950 un plebiscito demandó la enosis, esto es, la anexión de Chipre a Grecia. El gobierno británico rehusó dar cumplimiento a la demanda popular, y se inició así una guerra civil conducida por la EOKA, a cuyo frente combatía el coronel Jorge Grivas. El arzobispo Makarios, líder de la EOKA, fue desterrado por el gobernador británico, medida que agravó la tensión. Finalmente, Grecia y Turquía convinieron en renunciar a sus respectivas aspiraciones sobre la isla, tras una conferencia realizada en 1959, y acordaron respaldar la independencia de Chipre. Londres aceptó también dicho temperamento, siempre que se le cediera el control de las bases militares aeronavales estratégicas. En diciembre de ese año el arzobispo Makarios fue elegido presidente de la República de Chipre, y el 16 de agosto de 1960 se proclamó formalmente la independencia del nuevo Estado.

Una de las garantías del equilibrio político-social de la joven república del Mediterráneo oriental es la composición del Parlamento, en la que se asegura la representación de la minoría chipriototurca, que constituye una quinta parte de la población.

Las ciudades principales de Chipre son: Nicosia, la capital; Famagusta, Limassol, Larnaca, Paphos y Kyrenia.