La fuerza vital, que es mucho más importante que la muscular


El tamaño del sistema muscular es en contadísimos casos de importancia, a no ser que el individuo se dedique a trabajos de fuerza, como transportar bultos; pero fuera de este caso no tiene importancia alguna. El desarrollo del sistema muscular, del que depende la fuerza física, nada tiene que ver con la fuerza vital o vitalidad, aunque vulgarmente se acostumbre confundir ambos conceptos. Las mujeres tienen, por lo general, un sistema muscular mucho menos desarrollado que los hombres, y, sin embargo, tienen más vitalidad. Su longevidad es mayor y resisten más pérdidas de sangre, más privaciones y sufrimientos y aun mayor cantidad de venenos que los hombres. La fuerza vital es desde luego de gran importancia; la fuerza muscular, que no tiene que ver con la vitalidad más de lo que la estatura de un individuo cualquiera tiene que ver con su nombre de pila, no es, pues, de gran importancia para los seres humanos, que se han hecho dueños del mundo, no por su fuerza, sino precisamente por su inteligencia.

Es muy legítimo que aspiremos a tener nuestros músculos en buen estado de salud y en buen uso; pero jamás debemos olvidar lo que son los músculos; son instrumentos ejecutores de nuestras voliciones, y en sí mismos no son otra cosa que masas carnosas y, lejos de ser útil el que sean de gran tamaño, su excesivo desarrollo exige también mayor cantidad de alimento, por lo cual es mayor la cantidad de materiales de desecho que vacían en la sangre. Así, pues, sostener una gran masa de carne es dispendioso, así en lo que afecta a la vida, como al dinero. La única razón que hay para cuidar los músculos es que conviene tenerlos siempre dispuestos para que cumplan su cometido, como instrumentos de la voluntad y de nuestros propósitos. Con que hagan esto, debemos estar contentos. Mas hay multitud de personas que dicen que la cultura física debe ser el gran objetivo de nuestra existencia, por lo cual procuran desarrollar sus músculos todo lo posible; tales personas nos aconsejan que colguemos de las paredes de nuestros dormitorios poleas de hacer gimnasia y que cada mañana al levantarnos hagamos ejercicio con ellas y nos fatiguemos levantando pesas. Para un ser que vive y prospera por el ejercicio de sus fuerzas mentales, el deseo de poseer una musculatura desarrollada es realmente absurdo.

Si deseamos saber el cuidado que debemos prodigar a nuestra musculatura, debemos considerar el funcionamiento de nuestro organismo y la forma en que los músculos ejecutan nuestras órdenes. A cada músculo va a parar por lo menos un delgado cordón blanco y redondeado, que se llama nervio. Uno de estos nervios que desciende para animar, o sea, inervar, varios músculos del antebrazo, cruza el codo por su parte posterior en un estrecho espacio existente entre el hueso y la piel y a corta distancia de ésta; de manera que, cuando recibimos un golpe en esta región, el nervio resulta comprimido sobre la dureza del hueso, percibiéndose entonces una sensación desagradable y especial, de todos conocida, que ha sido causa de que el hueso de referencia se llame vulgarmente el hueso de la música, por más que en realidad no proceda del hueso la sensación especial que en tales casos sentimos; el nervio que realmente la origina, que es el nervio cubital, es uno de los llamados nervios mixtos, porque tiene en su espesor fibras que van a parar al músculo y son los factores del movimiento del mismo, y otras que van a parar a la piel, o mejor, que proceden de ella, yendo al cerebro, al cual transportan las sensaciones cutáneas. Estas dos clases de sensaciones nerviosas se llaman respectivamente motoras y sensitivas. Nadie ignora qué dedos son los que inerva el nervio que produce la especial sensación del hueso de la “música”; por cuanto el referido nervio recibe un golpe o contusión en el punto vulnerable del codo, la sensación repercute exactamente en el dedo meñique y en la mitad interna del anular, esto es, en la mitad más próxima al meñique. Las fibras sensitivas procedentes de tales dedos han sido heridas, y nosotros referimos la sensación a dichos dedos. Hemos dicho ya que el nervio que produce la sensación del hueso de la música es llamado nervio cubital, a causa de su proximidad con el hueso del antebrazo, llamado cubito.

Ahora debemos considerar las fibras motoras de dicho nervio, idénticas a las de otro cualquiera que también tenga fibras motoras, debiendo precisar de un modo especial lo que queremos decir, al afirmar que todo músculo contiene fibras motoras que van a parar a él. Supongamos que por un accidente resulta cortado el nervio motor de un músculo; o que por haber ingerido una cantidad excesiva de alcohol, de plomo o de arsénico, las fibras nerviosas han sufrido una intoxicación, lo que equivale a haber sido cortadas por lo que respecta a la actividad muscular. Suceden entonces siempre dos cosas: la primera es que el músculo no puede ya ser empleado, por estar paralizado e inerte, por más que nos esforcemos en contraerlo, pues los que mueven los músculos y los gobiernan son en realidad los nervios motores.