Lo que ocurre con nuestro organismo en días de calor


Todos hemos observado con frecuencia el bochornoso calor que hace en determinados días del estío; en otras ocasiones el sol puede quemar tanto o más sin que percibamos aquella sensación de sofocamiento y opresión; la razón de ello es que en los días caliginosos existe ya en la atmósfera gran cantidad de vapor acuoso, y cuanto más abunda éste, tanto más lenta es la evaporación del agua en la superficie de los cuerpos. El aire puede contener en ocasiones tanta agua que sea imposible ya toda evaporación; entonces el sudor no puede evaporarse en la superficie de la piel y deja de ser ya un medio refrigerante. Cuando eso ocurre estamos en tan malas condiciones para resistir el calor como el perro, que casi carece enteramente de la defensa que procura el sudor. Pero otras veces, aunque el calor del sol sea intenso y lo sea de consiguiente también el del aire que nos rodea, éste no contiene sino una cantidad muy escasa de humedad, y, como el sudor puede evaporarse aprisa, nos sentimos refrigerados y aquel calor ya no es bochornoso ni tampoco aplastante.

Ahora bien, el funcionamiento de las glándulas sudoríparas debe ser regulado de algún modo. Ha de existir algún centro que las haga funcionar cuando hay necesidad de ello, y así ocurre, en efecto; el centro del sudor reside en la base del cerebro, y de él parten los nervios que transmiten las órdenes a los millones de glándulas sudoríparas que en el cuerpo existen. De esta manera, pues, cuando la sangre se calienta demasiado, el centro cerebral del sudor, que está, como los restantes órganos de la economía, irrigado por ella, transmite una orden a las glándulas sudoríparas, las cuales entran en vigoroso funcionamiento. El centro del sudor puede también ser excitado de otras muchas maneras; por ejemplo, una persona es susceptible de sudar copiosamente cuando está muy atemorizada, aun en tiempo por demás frío.