Insectos que pueden ver lo que no ven nuestros ojos


Por lo regular, el color de una flor es una especie de bandera desplegada para decir a las abejas y a otros insectos: "venid aquí, tengo aleo que os gustará". De este modo la abeja halla con qué fabricar su miel y la flor es fecundada. Así, pues, gracias al placer que nuestros ojos reciben del bello color de muchas flores, tenemos noticia del hecho de que también las abejas y otros insectos pueden verlas y distinguirlas. Si no hubiese insectos, no existirían tampoco hermosas flores, pues no tendría objeto el que la planta ostentara su vistoso estandarte.

Lord Avebury ha demostrado asimismo que las hormigas pueden ver determinadas clases de luz, para las que nuestros ojos son ciegos, esto es, la luz producida más allá de los rayos violeta, la luz ultravioleta.

Hemos de decir aquí que recientemente se ha demostrado que los ojos de las personas varían respecto a esto. Así como los ancianos no oyen sonidos altos de tono, perfectamente perceptibles para los jóvenes, también se da el caso de adolescentes que pueden vislumbrar algo de la luz ultravioleta, como las hormigas de que hemos hablado, luz completamente invisible para la mayoría de todos nosotros. Finalmente, Lord Avebury ha descubierto también que algunas hormigas se reconocen después de un año de separación. No juzguemos, pues, del valor y las facultades de las cosas por su menor tamaño.

Pasemos ahora a los ojos de los vertebrados. Los animales más inferiores de este grupo son los peces, cuyos ojos hemos visto todos. Por maravillosos y finos que sean los ojos de los insectos, los de los vertebrados pertenecen a un tipo mucho más perfecto y admirable. Esta superioridad parece depender, en primer término, de la manera de formarse el ojo en ellos. Hemos visto que el ojo de todos los animales no vertebrados se forma siempre de la piel; en cambio en los vertebrados las partes más importantes del ojo derivan del cerebro y no de la piel.

Es verdad que la parte anterior de tales ojos, sin excluir los nuestros, deriva de la piel; pero esto es cierto tan sólo respecto de las partes que la luz ha de atravesar para llegar hasta la retina. Ésta es, en realidad una porción del cerebro, que ha sido empujada hacia adelante, como si se hubiese

desprendido del cerebro una especie de tallo y ramas. En última instancia, también el ojo de los vertebrados deriva de su piel, ya que éste es una prolongación del sistema central, el cual deriva embriológicamente del ectodermo, es decir, de la superficie corporal del embrión.

La razón del gran poder de la retina de los vertebrados, muy superior a la de los restantes animales, estriba en que la retina es, en efecto, una verdadera porción del cerebro. La visión es tan importante que el cerebro no podría confiar el cometido de recibir los rayos luminosos a un órgano derivado de la piel, sino que ha querido encargarse por sí mismo de ello, si cabe la expresión, a fin de que esta operación resulte todo lo bien ejecutada que sea posible.

En líneas generales, el ojo de los vertebrados es siempre el mismo, sea cual fuere la especie animal que se examine. El ojo de un pez es, como puede suponerse, bastante inferior al de un ave o un mamífero, pues el ojo de los peces está destinado a ver en el agua donde a toda clase de ojos le sería imposible ver, excepto a muy cortas distancias; y, no obstante, el ojo de los peces pertenece al mismo tipo que el ojo humano, si bien es mucho más sencillo.

No necesitamos hacer especial mención del ojo de las aves, por más que, como sabemos, la visión en algunos de estos animales es en cierto modo superior a la de todos los demás. Esta superioridad se refiere únicamente a la penetración; por lo que de una persona que tenga la vista muy fina suele decirse que posee ojos de águila. Esta agudeza la tienen principalmente el águila y otras especies de animales, sin que por eso deje de ser verdad que otras aves tienen también la vista muy aguda. De otro modo no les sería posible cazar insectos al vuelo, como lo hacen. Al ponderar el ojo y la penetración visual de las aves, no debemos suponer, como suelen nacerlo la mayoría de los autores que se han ocupado de esta materia, que la perspicacia de la vista es el todo.

Una de las ventajas más grandes que tiene el hombre sobre los animales es el hecho de que sus ojos están dispuestos frontalmente y no hacia los costados. Esto le permite ver el mundo que lo circunda, en relieve, pudiendo así comprenderlo mejor. En cambio un águila, aunque tenga gran agudeza visual, ve todo achatado, porque tiene los ojos a los costados de la cabeza, lo cual le impide mirar un mismo objeto con ambos ojos y en forma simultánea.

También tiene mucha importancia la educación e inteligencia de la mente que se sirve de la vista. Consideremos el caso de un marinero, por ejemplo, que tiene ojos muy agudos y que puede distinguir algún tanto a través de la niebla; pero que, con seguridad, nunca se detendría a mirar el más hermoso cuadro ni el más hermoso paisaje. Por otra parte, un gran artista puede tener en su vejez la vista muy debilitada y ser casi ciego, y, sin embargo, con la escasa vista que le queda puede extasiarse ante una puesta de sol y ver en un cuadro cosas, que la simple agudeza visual sería incapaz de descubrir.

La agudeza de un sentido es, en realidad, una prerrogativa muy envidiable; pero una cosa es tener una vista o un oído agudos, y otra tener vista u oído, no muy agudos quizá, pero que pueden ver y oír y apreciar lo que es bello y amable.

Y podemos decirlo así, porque sabemos que la agudeza no es la más alta cualidad de un sentido; y la mejor prueba de nuestra afirmación se encuentra en el hecho de que el área de la visión es mucho más amplia y desarrollada en el hombre que en el insecto y el ave.