EL MARAVILLOSO SECRETO DE LAS PLANTAS


Averiguaremos ahora de qué maravilloso modo contribuyen las plantas al sostenimiento de la vida, y penetramos el gran misterio que encierra aquella sustancia a la cual debe la hierba su color verde. Sin eso no podríamos vivir. Sabemos que el aire contiene un gas, llamado anhídrido carbónico, que es impropio para nuestra respiración y la de los animales, pero las plantas poseen una facultad que nos llena de admiración: pueden descomponer ese gas, del cual sacan el sustento al par que elaboran con él alimento para nosotros. A este fin se vale la planta de la energía más poderosa que existe en el mundo entero: la luz del sol. Las hojas de las plantas son planas y delgadas, de modo que pueden absorber la mayor cantidad posible de esa luz, cuyo poder les permite dividir en dos partes el gas anhídrido carbónico. Una de estas partes la consume la planta y la otra la devuelve al aire completamente pura. Si no fuera por esta facultad que poseen los vegetales, la vida sería imposible y el nuestro sería un mundo muerto.

Veamos lo que debe entenderse por respiración de las plantas. Una vez que lo hayamos comprendido bien respecto a ellas, lo entenderemos asimismo tocante a todos los seres vivientes, incluso nosotros mismos. Al decir “respirar”, solemos asociar la idea representada por esa palabra con el movimiento rítmico que efectúa nuestro pecho cuando aspira el aire introduciéndolo en los pulmones para luego darle salida.

Ahora bien: las plantas no tienen pecho ni pulmones, ni los tienen tampoco muchísimos animales; y, no obstante, todos respiran. No es preciso que un ser viviente efectúe movimiento alguno para poder respirar; nosotros lo hacemos, pero es porque respiramos muy de prisa y porque hemos aprendido a hacerlo de una manera especial que nos es fácil y da buenos resultados. Pero el acto de respirar siempre viene a ser lo mismo, tanto si lo ejecuta una hierba como un árbol, un pez o un hombre.

Dondequiera que existan seres vivientes -en el agua o fuera de ella- se hallará forzosamente la sustancia que llamamos oxígeno. Aunque nunca la hayamos visto, ni hubiéramos oído mencionarla, todo lo que vemos lo vemos a través del oxígeno, porque es una de las sustancias -y la más importante- de las que componen el aire. El oxígeno forma, pues, parte del aire, y también se encuentra en el agua; los seres que viven en el aire hallan en él su oxígeno; los que viven en el agua lo han de extraer de este elemento. Así lo hacían las primeras plantas, porque todas vivían en el agua, como muchas de las de nuestros días, o como los peces, los cangrejos y otros numerosos animales; pero, andando el tiempo, muchos vegetales -como las plantas florescentes- salieron del agua para vivir en la tierra, del mismo modo que lo habían hecho los animales; de manera que hubieron de tomar del aire el oxígeno que necesitaban, lo mismo que los gatos, los caballos, los pájaros y las personas.

El acto de respirar consta de dos tiempos que se ejecutan uno tras otro repitiéndose sin cesar; y el primero consiste en aspirar oxígeno. Todo ser viviente tiene que hacerlo así, y se muere en cuanto no lo hace. Pero, ¿en qué consiste el segundo tiempo del acto de respirar?

Es una pregunta oportunísima. Un momento de reflexión nos bastará para comprender que el oxígeno aspirado debe ir a parar a algún sitio, y que le debe suceder alguna cosa. Lo que ocurre en el segundo tiempo de la respiración es que parte del oxígeno aspirado es devuelto al aire o al agua de donde salió. Pero si esto fuese todo lo que ocurriera, resultaría ser la respiración un trabajo completamente inútil. El caso es que, si bien el aire entra solo en los pulmones, sale siempre acompañado de algo más, lo cual es ya una cosa muy distinta. Y este “algo” que lo acompaña es, aunque parezca mentira, la misma sustancia, llamada carbono, de que se compone el carbón, los diamantes y la parte de los lápices que sirve para escribir, pero que aquí es un gas, como veremos en las explicaciones que consignamos enseguida.