De cómo Pablos fue a estudiar a Alcalá de Henares


Llegaron a casa de don Alonso, quien mandó darles alimentos sustanciosos, con los que comenzaron a cobrar algún aliento. Al cabo de cuatro días se levantaron, pero tan flacos y desmejorados aún, que parecían sombras, y en lo amarillo y flaco, semejaban dos monjes del yermo. Y era tan vivo el recuerdo del hambre pasada, que, si acaso comiendo, alguna vez se acordaban de la mesa del antiguo pupilero, se les aumentaba el hambre tanto, que acrecentaban el gasto de aquel día. En esto pasaron tres meses, y al cabo quiso don Alonso enviar a su hijo a Alcalá, en compañía de Pablos, a estudiar lo que le faltaba de Gramática. Partieron los dos muchachos, y, después de algunas horas de molesto y largo viaje, llegaron a Alcalá. Allí Pablos sirvió de chacota a los demás estudiantes, por su falta de dinero, y como su amo vivía fuera de aquel pupilaje, en una casa particular arrendada por su padre. Pablos se allegaba los medios que le faltaban valiéndose de la destreza de sus manos para tomar lo ajeno, en vez de aplicarse al estudio.

Cierto día llególe a don Diego una carta de su padre, en cuyo pliego venía otra de un tío de Pablos, verdugo de oficio en Segovia. Decíale éste a su sobrino cómo su padre había sido ajusticiado por ladrón; y que su madre, presa en la Inquisición de Toledo, por bruja, pues desenterraba los muertos para componer con sus huesos filtros mágicos, esperaba su sentencia. Terminaba diciéndole que pues él era tío suyo y el único pariente que por él pudiera velar, se fuese a Segovia, a su lado, donde aprendería el oficio de verdugo.

Sintió mucho Pablos la nueva afrenta de sus padres. Despidióse de don Diego y de sus otros amigos, y con gran sentimiento se encaminó a Segovia, dejando angustiado al zapatero por lo fiado, al ama por el salario y al posadero por la renta de la casa.

Llegó a Segovia y recibióle su tío en su alojamiento tan mezquino y bajo de techo, que andaban por él como quienes reciben bendiciones, con las cabezas bajas. Estaba llena toda la estancia de cordeles, lazos, cuchillos, escarpias y otras herramientas del oficio de su tío, y esta vista y la de su pariente y sus amigos tanto turbó a Pablos, que rabiaba por cobrar su herencia y huir de aquella casa cuanto antes.

A la mañana siguiente, trató de reconocer cuál era su hacienda y de cobrarla presto. Componíase ésta de unos trescientos ducados, que su padre había ganado por sus puños: la cobró, y, embolsando todo aquel dinero, huyó de la casa de su tío, dejándole una carta cerrada en la que le explicaba las causas de su fuga, avisándole que no le buscase, porque no le había de ver jamás. Luego alquiló un jumento a un arriero que llevaba cargas a la corte, y empezó su jornada entre alegre y pesaroso.