De la ida de Pablos a la corte y de las cosas que en la jornada le acontecieron


Cabalgaba Pablos en su rucio, cuando desde lejos vio venir un hidalgo, con la capa puesta, espada ceñida, calzas atacadas y botas, el cuello abierto y ladeado el sombrero. Sospechó que era algún caballero que dejaba atrás su coche y así le saludó y entabló con él conversación.

Miró el hidalgo a Pablos y le dijo:

-Irá vuesamerced, señor licenciado, en ese borrico con harto más descanso que yo con todo mi aparato.

-En verdad, señor, que lo tengo por más apacible caminar que el del coche: porque, aunque vuesamerced vendrá en el que trae detrás con regalo, aquellos vuelcos que da inquietan sobre manera.

-¿Cuál coche atrás? -dijo el hidalgo muy alborotado.

Y le hizo ver tan claramente a Pablos que era tan pobre, que le pidió por favor le dejase subir en el borrico un rato, pues no le sería posible si no llegar a la corte, que de puro cansado de caminar no daba un paso más.

Movido Pablos a compasión se apeó; montóle en su borrico, y agradablemente entretenido escuchando las razones que el hidalgo le decía, prosiguió con él su jornada hacia la corte.

Decíale su nuevo acompañante que iba a la corte, porque un noble raído como él, en un pueblo pequeño olía mal a los dos días; y que por eso se iba a Madrid, patria común donde cabían todos, y donde había mesas francas para estómagos aventureros.

Vio Pablos en estas palabras el cielo abierto, y rogóle le contase mucho acerca de sus trazas y sucesos.

"Has de saber, refería el hidalgo, que en la corte están siempre los más necios, los más ricos, y los más pobres, y los extremos de todas las cosas; que en ella hay clases de gente que no se las conoce de raíz; nosotros paseamos las más veces los estómagos de vacío; somos susto de los banquetes, polilla de los bodegones y convidados por fuerza; nos sustentamos del aire y andamos contentos; somos gente que comemos un puerro y representamos un capón. Entrará uno a visitarnos en nuestras casas, y hallará nuestros aposentos llenos de huesos de carnero y de aves, y mondaduras de frutas; la puerta embarazada con plumas y pellejos de gazapos; todo lo cual cogemos de noche por el pueblo para honrarnos con ello de día...

Pues ¿qué diré del modo de comer en casas ajenas? En hablando a uno media vez, sabemos su casa. Si nos pregunta si hemos comido, si ellos no han empezado, decimos que no; si nos convidan, no aguardamos al segundo envite, porque de estas aguardadas nos han sucedido grandes vigilias.

"Cuando esto nos falta, ya tenemos sopa de algún convento aplazada; no la tomamos en público, sino a lo escondido, haciendo creer a los frailes que es más devoción que necesidad lo que allí nos lleva.

"Tenemos de memoria, para lo que toca a vestirnos, toda la ropería vieja; y como en otras partes hay hora señalada para oración, la tenemos nosotros para remendarnos. Son de ver las diversidades de cosas que sacamos; que, como tenemos por enemigo declarado al sol, por cuanto nos descubre los remiendos, puntadas y trapos, nos ponemos abiertas las piernas a la mañana a su rayo, y en la sombra del suelo vemos la que hacen los andrajos e hilarachas de las entrepiernas, y con unas tijeras les hacemos la barba a las calzas; y como siempre se gastan tanto las entrepiernas, es de ver cómo quitamos cuchilladas de atrás para poblar lo de adelante, y solemos traer la trasera tan pacífica de cuchilladas, que se queda en las puras bayetas; sábelo sola la capa, y guardámonos de días de aire, y de subir por escaleras o a caballo. Estudiamos posturas contra la luz, pues en día claro andamos con las piernas muy juntas, y hacemos las reverencias con sólo los tobillos, porque si se abren las rodillas se verá el ventanaje. Quien ve estas botas mías, ¿cómo pensará que andan caballeras en las piernas en pelo, sin media ni otra cosa? Y quien viere este cuello, ¿por qué ha de pensar que no tengo camisa? Pues todo esto le puede faltar a un caballero, señor licenciado, pero cuello abierto y almidonado, no."

Tanto gustó Pablos de las extrañas maneras de vivir del hidalgo, y tan obligado se halló a sus avisos, que le invitó a hospedarse con él aquella noche, aun cuando no le declaró los escudos que llevaba, sino tan sólo cien reales, con lo cual lo dejó obligado a su amistad.