¿POR QUE LA LUNA NO CAE SOBRE NOSOTROS?


La respuesta a esta pregunta la podemos encontrar en una simple experiencia. Aunque todos los cuerpos caen a tierra, por la ley de la gravedad, sin embargo, si atamos una piedra al extremo de un hilo, y la hacemos girar rápidamente, notamos que la piedra no cae al suelo, y que, por lo contrario, mantiene tenso al hilo al cual está atada, por efecto de su fuerza centrífuga. La piedra gira constantemente mientras no se corte el hilo o soltemos su extremo, en cuyos casos sale disparada. Decimos, pues, que hay una fuerza que la obliga a describir la trayectoria circular, en contra de su tendencia a seguir en línea recta, como lo establece el principio de inercia. Se trata de la fuerza que nuestra mano ejerce sobre ella a través del hilo.

El mismo caso se presenta en el sistema solar. Claro que no hay ningún hilo que una los planetas al Sol o los satélites a los planetas, para obligarlos a girar en su torno, pero es evidente que existe una fuerza de atracción que se ejerce entre el Sol y los planetas con sus satélites.

Fue necesario el genio de uno de los sabios más grandes que ha conocido la humanidad, el inglés Isaac Newton, para que comprendiésemos que ambas fuerzas, la que hace caer los cuerpos hacia la tierra y la que mantiene girando a los cuerpos en sus órbitas, no son más que manifestaciones de una misma cosa: la gravitación universal, así llamada porque se ejerce sobre todo tipo de materia, cualquiera sea su estado y el sitio en que se encuentre.

Todos los cuerpos, grandes como los astros o pequeños como una pelota, se atraen, pues, mutuamente. En los cuerpos pequeños tal atracción es apenas notoria. Pero un cuerpo grande como la Tierra hace que los cuerpos tiendan a caer sobre él con una fuerza que es precisamente la del peso de dichos cuerpos.

Si un cuerpo se aleja de la Tierra pierde entonces parte de su peso, pues la atracción gravitatoria disminuye cuando la distancia aumenta. Pero aunque dicho cuerpo estuviese muy lejos, también experimentaría un poco la atracción terrestre.

La Luna no constituye ninguna excepción a esta ley universal, por lo cual es también atraída por la Tierra. ¿Por qué no cae, pues sobre nosotros?

El ejemplo de la piedra que gira atada a una cuerda nos brinda la explicación adecuada. La Luna, si bien es atraída por la Tierra, no se precipita sobre ella porque está animada de cierta velocidad de revolución. Como todo cuerpo que rueda en torno de un centro, está afectada por una fuerza centrífuga, comparativamente pequeña, pues la Luna gira en torno de la Tierra lentamente, ya que emplea unas cuatro semanas en dar una vuelta completa. Pero también es relativamente pequeña la fuerza que la Tierra ejerce sobre la Luna, debido a la distancia que separa a ambos astros. Tanto la acción atractiva de la Tierra como el efecto centrífugo de la Luna, como lo confirman los cálculos numéricos, se compensan exactamente. ¿Sólo por casualidad se mantiene la Luna a una distancia en que las fuerzas se equilibran exactamente? ¿Se quebraría este equilibrio si la Luna se acercase un poco a la Tierra o se alejase algo de ésta? No hay que temer esta eventualidad. Si la Luna estuviese más cerca de la Tierra, se movería más rápidamente; y sucedería lo contrario si estuviese más lejos. Pero siempre, dentro de los límites, encontraría la órbita en la que estaría en equilibrio.

En verdad, el equilibrio no se mantiene en cada uno de los puntos de la órbita. El algunos lugares priva la atracción; en otros priva la velocidad; pero en término medio, los efectos se compensan. Y es por ello que la Luna, en vez de recorrer una circunferencia perfecta a velocidad invariable, describe una curva algo más alargada, que se denomina elipse, con una velocidad variable.

La misma causa que obliga a la Luna a girar en torno de la Tierra, obliga a ésta y a todos los demás planetas a girar en torno del Sol. Este astro central es de grandes dimensiones y ejerce un dominio absoluto en todo el espacio interplanetario. Como las distancias son enormes, el movimiento de los planetas y cometas en torno del Sol es muy lento, como ya lo hemos observado. Los planetas recorren elipses que no se diferencian gran cosa de una circunferencia; los cometas en cambio recorren elipses muy alargadas.

Ya sabemos por qué la Luna no cae sobre nosotros. Generalizando, también entendemos por qué los planetas no caen hacia el Sol.