LOS BOSQUES Y LOS DESIERTOS


Hemos averiguado que las fuerzas más poderosas que alternan la corteza de la Tierra y determinan su historia geológica son también las más profundas. Las que producen mayores efectos son las más silenciosas, y sólo nos damos cuenta de ello después de minuciosos estudios, principalmente a causa de que nos llama más la atención cuanto ocurre junto a la superficie.

Sin embargo, muchas son las cosas maravillosas e interesantes que ocurren constantemente en el suelo de nuestro globo y lo modifican de tal manera, que influye en nuestro modo de vivir. Por ahora, dejaremos a un lado las cinco séptimas partes de la superficie terrestre, cubiertas de agua, para dedicarnos a las dos séptimas que se alzan sobre el nivel del mar. En realidad, somos seres que habitamos la tierra firme, y nuestra existencia depende de la de otros seres que viven también en ella. Las plantas se hallan evidentemente adaptadas para la conservación del agua, que emplean de la mejor manera imaginable. Los continentes y las cuencas oceánicas constituyen de por sí dos aspectos notablemente distintos de la corteza terrestre, sobre cuyo origen se enunciaron numerosas hipótesis, convincentes únicamente cuando incluyen el principio de la Tierra misma. Pero los geólogos sólo pudieron juzgar acerca del fin de este comienzo, es decir, sobre el momento en que nuestro planeta comenzó a inscribir en las rocas su historia permanente. Nos limitaremos, pues, a las dos séptimas partes aludidas, aunque sin olvidar que sólo se trata de una porción de la superficie, y de una porción cuyos contornos varían sin pausas, constantemente.

Sumamente sorprendente para muchos lectores será la revelación de que nuestro planeta está sufriendo un lento pero inexorable cambio en cuanto a la proporción de sus superficies secas y húmedas: se está secando, para decirlo brevemente. Al estudiar, por ejemplo, el continente norteamericano, se nos ofrecen pruebas evidentes de que en tiempos remotos la extensión de tierra firme correspondiente a ese continente era relativamente pequeña. Los geólogos demostraron que no sólo América se está desecando gradualmente sino también Europa, pues hubo un tiempo en que únicamente el norte de Escocia y Escandinavia asomaban por encima del nivel marino. La progresiva pérdida del agua y la emergencia de las tierras se produjeron de dos modos diferentes, ora se considere un planeta como Marte o la Tierra, o bien un cuerpo celeste más pequeño, como la Luna. El agua, en primer lugar, tiende siempre a evaporarse, esparciéndose por el aire en forma de gas, y es posible que las moléculas de agua que flotan de este modo en la atmósfera se escapen definitivamente de su campo de acción.

Esto dependerá enteramente de la velocidad con que se mueven, y de las dimensiones del planeta.

Para cada planeta hay un límite de velocidad de las moléculas de gas que componen su atmósfera, más allá del cual no podrá ya el movimiento ser contrarrestado por la atracción del planeta sobre las moléculas.