Los bosques que fomentan la vida y los desiertos que producen e imponen la muerte


Cuando se contemplan los desiertos de la Tierra, desde la cumbre de una montaña, ofrecen el mismo aspecto rojizo que los desiertos de Marte, vistos por medio de un telescopio; éstos, como aquellos, no mudan casi para nada en el transcurso de las estaciones que regulan su clima.

Si nos hacemos bien cargo de la inmensa diferencia que hay entre un bosque y un desierto, nos resultará mucho más interesante el estudio de la geografía. Otros capítulos de este libro nos enseñan cuál es la acción del agua y la utilidad de las hojas verdes de los vegetales.

Las regiones desiertas son aquellas en donde no hay agua ni, por tanto, hojas verdes, salvo en ciertos puntos diseminados que se llaman oasis. El desierto ha de considerarse como una cosa muerta; el bosque, por el contrario, no sólo posee vida, sino que es fuente de vida nueva. Sus hojas verdes hacen posible la existencia de los animales, ofreciéndoles el alimento necesario para la vida.

Los árboles del bosque purifican el aire, descomponiendo el anhídrido carbónico y devolviéndole el oxígeno puro; transforman constantemente el suelo y lo enriquecen de mil modos distintos que contribuyen, todos, al desarrollo de la vida. Esto puede decirse aun refiriéndonos a los restos de los árboles que se convierten en carbón y que después de transcurridos largos siglos son utilizados como combustible por seres como nosotros. Ahora bien, el gran continente africano, a cuyo descubrimiento han contribuido tantos exploradores de diversas naciones, nos ofrece el mejor ejemplo, y en proporciones más grandes, de los dos casos extremos que pueden darse en la Tierra. La mayor parte del norte de África está ocupada, según es sabido, por el desierto llamado de Sahara. Por otro lado, al sur de este desierto, se extiende una inmensa selva, a la cual podría darse el nombre de selva del Congo. En mitad del continente, y rodeado por esa selva, hay un gran río que lleva ese mismo nombre, el Congo.

La cuenca del río Congo corresponde a las regiones cubiertas por dicha selva, si bien ésta se extiende algo más hacia el norte y comprende, hasta cierto punto, otros ríos, como el Níger. No importan los nombres de esos ríos; lo interesante es que haya agua, y que, por tanto, pueda haber hojas verdes. No importa tampoco el color que le demos en los mapas a esa parte de África. Quienquiera que considere a África como parte de un mundo que vive y se transforma, pintará esa gran región de color verde; y el desierto, todavía más inmenso, que se extiende al norte de ella, de color pardo.

Ya sabemos lo que representará esa superficie parda: el desierto, la sequedad, la muerte, un sitio con lluvias escasas e inseguras que no tiene suficiente vegetación para soportar la población humana, y sabremos, asimismo, lo que representa la superficie verde: la humedad, la vida presente y la de los tiempos venideros. Pues bien, esa región verde ofrece más interés que cualquiera otra en la superficie de la Tierra, por varios motivos de orden diverso que estudiaremos a continuación.